Íñigo Errejón se
dispone a desembarcar en la política nacional al frente de una plataforma
llamada Más País.
Va a hacerlo no por
propio impulso sino atendiendo a una decisión votada por las bases, y la idea de
fondo que persigue es la de ponerse “al servicio de un gobierno progresista”.
Amplío la cita; esto es, literalmente, lo que ha dicho Íñigo: «Nos presentamos
en un ejercicio de responsabilidad después del fracaso de los líderes que no
han sabido pactar, y pondremos nuestros escaños al servicio de un gobierno
progresista.»
Parece una buena
noticia, a primera vista. Errejón y los suyos empiezan su combativa andadura
metiendo el dedo en el ojo a esos políticos de izquierda irresponsables y
fracasados que han sido incapaces de pactar entre ellos, y llamándoles a
capítulo.
Alguien pensará que
es justamente lo que nos estaba haciendo falta. Ahí está, sin ir más lejos, la
petición de Podemos Aragón a Pablo Iglesias de que aparte de una vez a
Echenique para poder negociar con la Chunta. (Al parecer, con Echenique por
medio no hay manera.)
Estando las cosas
como están, sin embargo, dudo que la movida de Errejón apunte a soluciones
eficaces para los males que nos aquejan. Hay la cuestión de fondo, y también la
de las formas. En relación con las segundas, el publicitado experimento de
composición amistosa empieza con el pie cambiado, es decir, poniendo a los
protagonistas del anterior desencuentro a caer de un burro.
“Inútiles,
irresponsables, fracasados, venid acá que os voy a meter en vereda.” No suena
muy bien, la verdad, como cimiento de un gran consenso.
Desde su perspectiva,
Errejón trata legítimamente de canalizar y recoger los votos de muchos/as
indignados/as, que irían derechamente a la abstención; y es muy posible que bajo
esa bandera la nueva plataforma coseche una representación modestamente
positiva.
Pero la idea no es
compatible con la de construir un gran acuerdo de las distintas izquierdas. Íñigo
Errejón no es un pegamento universal garantizado, y su colocación en el
Congreso va a ser ancilar, de apoyo al mando, de plus. “Consensuad de una vez
un gobierno, coño, y aquí nos tendréis a vuestro servicio.”
Y ahí entramos en
la cuestión de fondo, en lo que un par de días atrás y de la mano del llorado
Riccardo Terzi, describía yo en estas mismas páginas como el “qué hacer”,
pregunta muy diferente de la de “quién lo hace”. La propuesta de Errejón responde,
bien que mal, al segundo problema, pero omite por completo el primero.
Sabemos que su grupo
parlamentario aún potencial va a ponerse al servicio de cualquier gobierno
progresista que se constituya; pero no sabemos para qué. Intuimos que el
objetivo es cerrar el paso a las derechas, y eso está bien. Pero ¿con qué
política, que es en último término lo que define a un gobierno como progresista?
En ausencia de propuestas concretas de progreso, y con los líderes siempre
colocados junto a la línea de candilejas y por delante del meollo, el calificativo de “progresista”
dado a un gobierno cualquiera se queda en un mero adorno retórico. Un adorno de
una ambigüedad que puede llegar a ser peligrosa.