Cataluña ha dejado
de ser “el” problema para España. Ayer, cuando Alberto Rivera pidió en el
Congreso, una vez más, la activación del 155 como solución taumatúrgica del presente
bloqueo institucional, Pedro Sánchez le llamó hipócrita. También podía haber declamado, con resonancias shakespearianas: «Hay más cosas en el cielo y en la
tierra de las que caben en tu filosofía.»
Las hay, en efecto.
La Diada ha sido la menos multitudinaria de los últimos años, pero eso tiene
poca importancia. También ha sido la menos festiva y la menos pacífica. Las
exhortaciones en los distintos parlamentos a “seguir avanzando” hacia un
objetivo “aún” no alcanzado, dan la medida de un cierto desespero, porque no solo
no se avanza sino que el objetivo final aparece cada vez más lejano.
Quim Torra ha
regresado espiritualmente a 1714. Ha dicho que “no hemos sido derrotados”.
Cierto. También después de perder 9-1 contra el Barça femenino (¡cómo me gusta
el fútbol femenino!), las jugadoras del CD Tacón-Real Madrid dijeron que “este
equipo no se rinde nunca”. ¡Y era su primer partido!
Todo lo cual, como
he advertido antes, tiene poca importancia. Son esfumaturas, chucherías del
espíritu con las que emperifollar las corrientes subterráneas que, ellas sí,
ejercen un papel determinante.
Entonces, resulta
cada vez más claro que el encaje de Cataluña en España no es a fin de cuentas
un problema tan serio. Si eso fuera todo, habría varias maneras de resolverlo.
El 155 de Rivera sería la más torpe, sucia y engorrosa de todas ellas, pero
sería a fin de cuentas “una” solución al publicitado como “gran” problema de
España.
Nadie, salvo quizá
el propio Rivera, cree que por esa vía se solucione nada. El “pantano catalán”
es ahora la ciénaga española. Por ese espesor embarrado transitamos todos.
Nadie se hace ya ilusiones de estar a salvo de una regresión sensible en lo
referente a la democracia representativa y a la credibilidad de las
instituciones del país. Los salvapatrias siguen ofreciendo como soluciones la
recentralización y el retorno al bipartidismo, pero tienen menos eco incluso
que Rivera. No es viable ese género de amor en los tiempos del Brexit.
He mencionado antes
las corrientes subterráneas que ejercen un papel determinante, en razón
precisamente de su subterraneidad. (Es difícil, dada su especial condición,
enfrentarse a ellas marchando con resolución contra corriente.)
Oigan esto, ha sido
publicado en la prensa: los empresarios afirman preferir una repetición de las
elecciones a un gobierno del PSOE.
Entonces, dejen de
pensar en la estabilidad, el consenso, la unidad de propósito más allá de las
siglas, y otras zarandajas; y saquen ustedes mismos las conclusiones pertinentes.