Conviene prestar
atención a las conclusiones que la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, ha sacado de las
elecciones británicas. Podría tener razón, y esa es una mala noticia. Podría
tener razón, preciso, no por los argumentos que utiliza, sino por los que
omite.
La tesis de
Santamaría es que el electorado se comporta de una manera en el momento de
declarar su intención de voto, y de otra manera diferente en el momento de
ejercerlo. En el primer caso predomina, según ella, el deseo de meter presión
al gobierno con amenazas de deserción y de cambio; en el acto íntimo del
sufragio, por el contrario, lo que importa sobre todo es el anhelo de «estabilidad»
y de continuidad en la línea «del crecimiento económico, la recuperación y el
empleo.»
Olvidemos sin más tardar
esa línea de interpretación. Únicamente en el argumentario del PP, ni siquiera
en la cabeza de la vicepresidenta, cabe la idea de que los cuatro ítems de la estabilidad,
el crecimiento, la recuperación y el empleo, presenten saldos favorables en el
balance de la legislatura en trance de concluir. No existe sobre la cuestión la
más mínima evidencia científica ni estadística, al contrario; el único signo de
algo semejante es el repetido trompeteo con que anuncia el gabinete cada nuevo
increíble éxito de su política económica: «¡Se
pierde menos empleo que el año pasado! ¡Las menores caídas en la cobertura del
paro en los últimos ocho años! ¡Con Zapatero estábamos peor!»
Supuesto que exista
en el electorado español un reflejo conservador oculto, no es probable que
encuentre en esos cuatro grandes temas nada que valga la pena conservar.
Y, dicho sea de
pasada, generalizar del modo como lo hecho Santamaría sobre la variación muy
pronunciada entre los vaticinios de las encuestas de opinión y el voto real en
las elecciones británicas, no parece serio. Un decalaje tan grande no ha
aparecido en sondeos anteriores del CIS, y no es probable que tampoco en este
caso haya ningún conejo escondido en la chistera del mago.
Pero es cierto que
la opinión pública está indecisa, en un momento de alta volatilidad, por lo que
no es prudente tomar los sondeos de opinión por tablas de la ley. Un porcentaje
alto de encuestados del CIS declaraba no tener decidido aún su voto para el 24
de mayo. Y las malas señales para las izquierdas van desgranándose poco a poco
en los últimos días.
Andalucía es un
borrón. Susana Díaz quiso adelantar los comicios
autonómicos para que fueran un espejo del cambio que había de venir luego en
otras latitudes. Pero el reflejo que se transmite ahora a la ciudadanía es el
de la ingobernabilidad. «Usted se lo ha buscado», le dice Soraya, lo cual no es
de recibo. Pero los tacticismos no se pueden prolongar por más tiempo. Susana
debe hacerse a la idea de que no podrá gobernar a su aire, picoteando sus
socios de aventura ahora aquí, ahora allá. Será necesario un compromiso
programático, señaladamente con Podemos ya que Izquierda Unida, el anterior
socio de coalición, no está en condiciones de aportar una mayoría suficiente.
La opción de un pacto de gobierno con Ciudadanos es, desde luego, harina de
otro costal. Si Susana desea intentarlo le deseo el mejor de los éxitos, pero
me reservo mi opinión sobre el resultado previsible.
Hay otros borrones
en la plana, menores, previos al desencuentro andaluz. La bronca interna de Izquierda
Unida en Madrid es quizá (subrayo el “quizá”) una de las causas plurales por
las que la “lady” lideresa de la ultraliberalidad aparece en los pronósticos
como clara favorita. La “espantá” de Monedero ha
causado, lo reconozca o no Iglesias, una pérdida
de imagen del grupo dirigente de Podemos (contrasta el vociferamiento que ha
acompañado el descuelgue de Money con la labor callada de Pablo Echenique en Aragón, que lo sitúa con
perspectivas excelentes de auparse a algo importante). Ha fracasado la
concreción de candidaturas municipales plurales de progreso en algunas plazas
fuertes, señaladamente en Sevilla.
La amenaza que
deriva de esa serie de contratiempos es que no aparezca con la claridad
necesaria una voluntad plural de cambio, de acercamiento a los problemas reales
y de rectificación de la política maleada que se ha llevado a cabo en las
últimas legislaturas. Si es así, si la campaña en curso no ayuda a despejar algunas
incógnitas inquietantes, es posible que los resultados acaben por dar vía libre
a nuestro pequeño Cameron gallego para un segundo mandato. Ustedes dirán, ahora
que aún estamos a tiempo, si les apetece el menú.