Salvado el debido
respeto a las personas y a las instituciones, hay ministros que se comportan
como soplagaitas. Uno de ellos sigue montado en su cruzada particular contra
asuntos perfectamente respetables en sí mismos pero que se empeña en considerar
agresiones contra el recinto arcano de lo sagrado. Me refiero, claro, al
ministro de ¿Educación?, y al tema de la enseñanza en catalán, sobre el cual ha
utilizado recientemente un doble lenguaje: el políticamente correcto delante de
los micrófonos abiertos, y el que le fluye de las partes blandas en un
comentario off the record con la prensa acreditada. En esta última tesitura ha
comparado la situación del castellano en la Cataluña actual con la del catalán
en la Cataluña bajo el franquismo.
Dicha afirmación es
un disparate evidente para todo aquel que se pasee por el territorio autonómico
con los ojos y los oídos abiertos y sin telarañas de prejuicios en la cabeza.
La inmersión lingüística no es una medida reciente, y tampoco “soberanista”; es
un método con años de trayectoria y balances de eficacia bien cuantificados.
Resulta entre otras cosas que los alumnos catalanes tienen un conocimiento de
la lengua castellana equiparable, si no superior, al del área de enseñanza
monolingüe. Resulta que en la calle, en las casas, en los comercios, en la prensa y la
televisión, en todas las manifestaciones de la ciudadanía, en Cataluña la
lengua catalana y la castellana conviven sin problemas perceptibles.
Pero una cosa es la
realidad, y otra muy distinta la inmunodeficiencia del prejuicio encastrado
desde siempre en una actitud filosófica rancia alimentada con sopa de convento.
La imagen no es mía, sino de don Antonio Machado, poeta como se sabe “rojo”, catalanófilo
y separatista. Estos son sus versos:
Filósofos nutridos de sopa de convento
contemplan impasibles el amplio firmamento;
y si les llega en sueños, como un rumor distante,
clamor de mercaderes de muelles de Levante,
no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.
(“A orillas del Duero”, en Campos de Castilla, XCVIII)
contemplan impasibles el amplio firmamento;
y si les llega en sueños, como un rumor distante,
clamor de mercaderes de muelles de Levante,
no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.
(“A orillas del Duero”, en Campos de Castilla, XCVIII)