jueves, 14 de mayo de 2015

SOPA DE CONVENTO


Salvado el debido respeto a las personas y a las instituciones, hay ministros que se comportan como soplagaitas. Uno de ellos sigue montado en su cruzada particular contra asuntos perfectamente respetables en sí mismos pero que se empeña en considerar agresiones contra el recinto arcano de lo sagrado. Me refiero, claro, al ministro de ¿Educación?, y al tema de la enseñanza en catalán, sobre el cual ha utilizado recientemente un doble lenguaje: el políticamente correcto delante de los micrófonos abiertos, y el que le fluye de las partes blandas en un comentario off the record con la prensa acreditada. En esta última tesitura ha comparado la situación del castellano en la Cataluña actual con la del catalán en la Cataluña bajo el franquismo.
Dicha afirmación es un disparate evidente para todo aquel que se pasee por el territorio autonómico con los ojos y los oídos abiertos y sin telarañas de prejuicios en la cabeza. La inmersión lingüística no es una medida reciente, y tampoco “soberanista”; es un método con años de trayectoria y balances de eficacia bien cuantificados. Resulta entre otras cosas que los alumnos catalanes tienen un conocimiento de la lengua castellana equiparable, si no superior, al del área de enseñanza monolingüe. Resulta que en la calle, en las casas, en los comercios, en la prensa y la televisión, en todas las manifestaciones de la ciudadanía, en Cataluña la lengua catalana y la castellana conviven sin problemas perceptibles.
Pero una cosa es la realidad, y otra muy distinta la inmunodeficiencia del prejuicio encastrado desde siempre en una actitud filosófica rancia alimentada con sopa de convento. La imagen no es mía, sino de don Antonio Machado, poeta como se sabe “rojo”, catalanófilo y separatista. Estos son sus versos:
 
Filósofos nutridos de sopa de convento
contemplan impasibles el amplio firmamento;
y si les llega en sueños, como un rumor distante,
clamor de mercaderes de muelles de Levante,
no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.

Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.

(“A orillas del Duero”, en Campos de Castilla, XCVIII)