Juan Carlos
Monedero se va de la política dando un portazo. No se apuren demasiado, lo más
probable es que se trate de una puerta giratoria y lo tengamos de nuevo dentro,
más pronto que tarde.
Juan Carlos
Monedero se va porque se siente “traicionado” por la política. Quiere recuperar
la “frescura” de sus propias convicciones. Hago un esfuerzo mental para
imaginarlo adentrándose en el cenagal revestido de una alba túnica y con un
lirio en la mano, pero no consigo visualizarlo: me falta capacidad de fantasía.
Juan Carlos
Monedero dice que su formación empieza a parecerse a la casta a la que pretende
sustituir, pero que a pesar de todo es “lo más decente” que existe en el panorama
político nacional. Yo no diría que haya perdido tanta “frescura” en su tránsito
meteórico por la política, cuando se dedica a repartir de ese modo credenciales
de decencia y de indecencia.
Juan Carlos
Monedero encuentra criticable que sus hasta ahora compañeros prefieran medio
minuto de comparecencia en televisión a una discusión seria en los círculos. El
reproche habría tenido más eficacia si él mismo hubiera llevado ese grave problema
a la discusión en los círculos, en lugar de soltarlo a todo trapo en medio
minuto de televisión.
Juan Carlos
Monedero no ha hecho un mutis discreto por el foro, sino que ha anunciado su
marcha mediante una comparecencia pública en la que ha salvado su posición
personal, a costa de causar un perjuicio importante a la formación que lideraba
hasta ayer. Desde cualquier baremo que se utilice, esa figura tiene un nombre
en política: bajeza.
Juan Carlos
Monedero me recuerda a aquel valentón de Cervantes que «caló el chapeo, requirió
la espada, miró al soslayo, fuese… y no hubo nada.» Mejor si no vuelve nunca.
Dicho lo cual,
anoto que la dirección de Podemos ha decidido no sumarse a la manifestación sindical
del Primero de Mayo. Pues qué bien. Esos muchachos siguen haciendo alarde de
lirios del campo mientras circulan aceleradamente de despeñadero en
despeñadero.