Anteayer colgué en
estas páginas una reprimenda en términos severos a Juan Carlos Monedero.
Alguien habrá pensado que al hacerlo estaba defendiendo a la “dirección” contra
el “díscolo”. En absoluto. Tendemos a examinar este tipo de zapatiestas desde
la óptica de la torre del homenaje, y yo no estaba en esa tesitura sino que
pensaba en el desconcierto que va a suponer el rifirrafe para un amplio electorado
que anhela algún tipo de seguridad y de garantía de futuro en el momento de
elegir alternativas al mal gobierno depredador, reincidente y pertinaz que nos
aflige.
No defiendo a la
dirección de Podemos. No me entusiasma la singladura que ha emprendido Pablo
Iglesias el Joven. Pero la regla de oro para juzgar una polémica surgida en el
seno de la izquierda está fijada desde hace mucho tiempo: si la derecha te
aplaude, es que has hecho una tontería.
Y ese, mucho me temo,
es el caso de Monedero.
Una cuestión
conectada con la anterior y de mucha enjundia es la de la situación del
intelectual dentro de un partido político. ¿Tenía derecho Monedero a criticar la
deriva reciente de Podemos en contraste con sus principios fundacionales? Lo
tenía. ¿Había de renunciar a la crítica dada su condición de miembro de la
cúpula dirigente de la formación? De ninguna manera.
Lo objetable en
cambio es que el procedimiento utilizado para la crítica haya seguido los
mismos pasos de aquello que criticaba; que la discrepancia la haya expresado de
forma individual una personalidad carismática, obviando la participación del
colectivo.
También es
objetable la afirmación de que un intelectual «debe volar» con entera libertad,
y la distinción que se ha establecido tácitamente entre el intelectual de un
lado como «verso libre», y de otro lado la organización en su conjunto como
rima consonante. En principio, una distinción de ese tipo no es de recibo en un
colectivo que se rige por normas democráticas, puesto que implica privilegios
para un sector de la militancia. La democracia interna exige igualdad de
derechos y deberes para todos y cada uno de los miembros de una organización. Todos
son intelectuales dentro de un partido político, porque a todos ellos se les
supone la capacidad de pensar por sí mismos.
Para dar expresión
a las discrepancias se establecen de forma estatutaria determinados cauces,
reservas y normas de procedimiento. Siempre hay quien se siente constreñido por
tales normas, pero en su conjunto constituyen una garantía necesaria para el
buen funcionamiento del conjunto.
Entonces la cuestión
no consiste en determinar si Monedero es o no es un «hombre de partido», si como
al albatros de Baudelaire sus alas de gigante le impiden despegar de la
cubierta del navío, sino constatar que ha infringido las normas de
funcionamiento que él mismo, como miembro desde buen principio de la dirección,
contribuyó en su momento a dar al colectivo.
Con su actitud, ha ocasionado
un perjuicio que, como queda apuntado al principio de esta reflexión, va más allá
de las fronteras de su propia formación y se convierte en una lanzada en el
flanco de una alternativa plural de progreso, en una situación política y
social crítica y en vísperas de una contienda electoral crucial.
Circunstancia que
nos aflige a todos aquellos que no comulgamos con la vieja fórmula del Mors tua vita mea. O dicho en romance,
lo que a ti te mata, a mí me engorda.