Las de arriba son palabras
pronunciadas por Franco en el discurso de nombramiento
de Carlos Arias Navarro como presidente del
Gobierno, en sustitución del difunto almirante Carrero
Blanco. Fueron en su momento objeto de mil cábalas e interpretaciones
por parte de los comentaristas políticos, pero lo cierto es que nadie nunca consiguió
aclararlas a satisfacción de todos.
Mariano
Rajoy debe de pensar lo
mismo que Franco, después de la última jornada electoral. No lo ha dicho de
forma explícita, sin embargo. Se ha mantenido fiel a los manoseados tópicos
habituales en su discurrir (“es incuestionable que somos la primera fuerza”, “no
pasa nada salvo alguna cosa”, etcétera). Pero en el fondo de su tortuosa
concepción de la política a largo plazo, de lo que él (y solo él) llama “gran
política”, una cuerda íntima habrá vibrado para transmitirle una nota aguda de
alivio y de consuelo. Se han perdido más de dos millones de votos y
tropecientas alcaldías, sí, pero más ha perdido en el trance Esperanza Aguirre, a saber, todas sus opciones de
alcanzar la Moncloa desplazando de su sillón al propio Augusto.
Todo lo demás, la
invasión de advenedizos en las antesalas de palacio y el griterío de la plebe
en las calles aledañas al sancta sanctorum de Génova, son minucias desdeñables.
Para eso está la Ley Mordaza. Además, las protestas desaparecerán tan pronto
como se dejen sentir en el clima de la opinión los beneficios de la
recuperación económica, más y más pujante a cada día que pasa; entonces, todo
el electorado se rendirá al superior discernimiento del presidente, a su
paciente estrategia de la araña. Y con toda probabilidad llegará por sus pasos
contados una nueva legislatura triunfal cuya mayoría absoluta permitirá acabar
de aventar los engorrosos procesos incoados por corrupción y rematar la faena
con una amnistía fiscal que arrastre todos los pelillos restantes a la mar.
En consecuencia, ha
venido a decir Rajoy, no hacen falta cambios en el gobierno. No hay nada que
retocar, nada que mejorar, nada que corregir. Todo había sido previsto,
calculado y cuantificado desde un principio. España va bien, y la única tarea
urgente en este momento es la de sentarse a ver pasar la vida bajo el balcón.
Conclusión final: la
única víctima aparente del terremoto municipal ha sido Carlo
Ancelotti, el entrenador del Real Madrid, que ha sido destituido
fulminantemente por el presidente de dicha entidad deportiva, don Florentino Pérez, menos de veinticuatro horas después
de conocerse los resultados de los comicios.
¿Qué tiene que ver
una cosa con la otra?, me dirán. No lo sé, la verdad. Pero no me negarán que la
coincidencia es significativa. Y no solo eso: en el flash informativo de los
telediarios me ha parecido ver durante un momento que Florentino torcía la boca
y mascullaba entre dientes: “No hay mal que por bien no venga.”