En la partida de
ajedrez de la política nacional, Susana Díaz se fabricó una ventaja de salida y
consiguió una iniciativa consistente, capaz de extenderse también a terrenos
distintos de Andalucía.
Recurrió para
hacerlo a una treta de libro, a una maniobra consignada en todos los manuales
de aperturas. Y consiguió lo que pretendían los estrategas de Ferraz: un
despliegue de piezas susceptible de hacer brillar todo su potencial de
jugadora.
Ocurre que las
partidas de ajedrez no se ganan únicamente con celadas de apertura. El “libro”
es útil nada más hasta un determinado momento del despliegue. Luego, cada cual
ha de seguir con sus propios juicios y cálculos sobre la posición resultante.
Y ahora lo que
exhibe Díaz no es su potencial, sino sus limitaciones. Mal asunto para los
estrategas del PSOE porque en efecto, tal y como se preveía en el “libro”, lo
que suceda en Andalucía va a proyectarse sobre el panorama general. Y la
incapacidad constatada de la jugadora para sacar fruto de una ventaja inicial
va a ser una rémora importante para la formación que lidera, en los vericuetos del medio
juego.
Quizás el error del
PSOE ha consistido en elegir un libro de táctica antiguo, válido para la vieja
política pero no para la nueva situación. Se ha hecho un último intento de
gobierno en solitario antes de la llegada inevitable de la hora de los pactos a
dos, a tres o a cinco. Pero ha sido una salida en falso, y ahora los que se han
pasado de listos se ven obligados a padecer las consecuencias de la irritación que
han provocado en sus rivales en la carrera. La perspectiva de un gobierno cómodo
en solitario se ha desvanecido y el horizonte aparece cuajado de nubarrones.
Díaz “amenaza” con convocar nuevas elecciones en septiembre. Hará bien en volver
a consultar su librillo y aprender cómo reacciona el electorado cuando se le
convoca por segunda vez a unos comicios fuera de tiempo. Tiene ejemplos de
sobra para comparar; uno muy señalado en Cataluña, donde el aprendiz de
alquimista Artur Mas también pretendió anticiparse a todos para forzar una
mayoría que resultó frustrada, y ahora sigue emperrado en transmutar en oro
soberanista las nuevas calendas electorales previstas para otras cosas.
Quien se obstine en
la vieja idea de que lo que le interesa al pueblo es lo que me interesa a mí, y
el resto son gabinas de cochero (como se dice, según fuentes bien informadas,
en la Vega del Genil), no está llamado a conseguir grandes resultados en la
nueva situación surgida hace cuatro años y un día. Un vicio arraigado de
la vieja política ha sido el autismo, la creación artificiosa de un universo
autorreferencial que no tenía nada que ver con lo que ocurría en la calle. Ese
vicio ya no produce réditos perceptibles. Es forzoso – para todos – abrir de
par en par las ventanas que dan a la realidad.
Ya ha quedado dicho
en otra ocasión en estas mismas páginas virtuales. Los candidatos a gobernar
este país o alguna de sus diferentes parcelas tienen que elegir forzosamente,
en adelante, entre hacer política o hacer propaganda. La política es útil para avanzar; la propaganda, para seguir en el mismo sitio. Y no hay términos medios ni
componendas entre los dos extremos. No hay atajos fáciles, ni siquiera para el
partido de gobierno, que está sacando a relucir en campaña todas las
triquiñuelas del oficio: premios retroactivos a las familias numerosas, planes
renove y espejuelos varios con los que seducir una vez más a una “mayoría
silenciosa” que no existe.
Señor Rajoy, señora
Díaz, lo que el país reclama con impaciencia indignada es un nuevo modo de
gobernar. Y a ese toro no se le hurta el cuerpo con reclamos propagandísticos ni
con postureos. Va a haber que lidiarlo en serio.