La CONC lanza la
iniciativa de una Assemblea Sindical
Oberta que examinará la situación actual de las Comisiones Obreras
catalanas y su imagen ante los trabajadores y trabajadoras. Se parte de un
guión y de una encuesta, se promueve la participación tanto de afiliados como
de no afiliados. Se estudiarán y debatirán las aportaciones y las críticas procedentes
de todos los acimuts con el fin de alcanzar unas conclusiones operativas.
Es un paso
importante hacia la refundación del sindicato. Hablo de “refundación” en el sentido
ya comentado muchas veces en estas páginas: la recuperación del “suelo”, la
base, el fundamento de la acción, y la vuelta a una línea parabólica de
crecimiento a partir de un mayor arraigo en las perspectivas cambiantes del trabajo
asalariado y de un asentamiento más sólido en la realidad socioeconómica.
Lo que sigue es una
primera aportación a los debates de la Assemblea.
Una carta de batalla por las secciones sindicales como células básicas del
organismo vivo del sindicato.
“Ya estamos con lo
de siempre”, dirá alguno. La eterna cantinela de comités o secciones sindicales
como base de la afiliación en el centro de trabajo. Pues no. Creo que el
panorama ofrece datos suficientes para superar la vieja polémica y dirigir la
discusión hacia otros terrenos. Propongo ajustar la visual de nuestros
prismáticos más allá del centro de trabajo.
Por dos razones:
Primera razón. Porque
el centro de trabajo ya no es lo que era. En lo que podemos llamar el paradigma
antiguo de la producción y los servicios, bajo el cual se diseñó la acción
sindical en la empresa y la representatividad de los sindicatos a partir de
ella, el centro de trabajo gozaba de una relativa autonomía y de una relativa
autosuficiencia. Era, en efecto, un “centro”, contaba con una plantilla estable
y una coherencia entre medios y fines. El comité (o la sección) podía funcionar
como contrapoder de la dirección (es decir, la gerencia más la dirección
técnica más la jefatura de personal), por la buena razón de que la dirección de
la empresa tenía en sus manos un poder de decisión considerable.
Hoy ese poder ha
desaparecido en buena parte, cuando no en su totalidad. Los centros de decisión
se sitúan en otras instancias; la mayoría de las empresas vienen a ser franquicias
de grupos transnacionales, o bien instancias auxiliares en grandes holdings, que
se encargan únicamente de una parcela limitada de un proceso de producción cuya
totalidad no controlan. Las órdenes llegan de fuera, del accionariado, de un
consejo de administración. La “dirección” viene a resultar tan dependiente de
decisiones ajenas como la propia plantilla.
Segunda razón. A
propósito de la plantilla, la estabilidad y la fijeza han dejado de ser sus características
definidoras. El territorio de los trabajadores fijos con categorías
profesionales normadas ha sido invadido por una casuística muy variopinta: contratos
a tiempo parcial, contratos por obra, falsos autónomos, trabajadores a préstamo
desde las ETT, trabajadores a domicilio, e incluso trabajadores apalabrados sin
ningún tipo de contrato legal, que se prestan a hacer horas en los “picos” de
actividad cuando hay que cumplimentar pedidos importantes en plazos apretados.
Los comités
dependen de unas elecciones internas, y representan a sus electores. Pero estos
pueden ser tan solo el veinticinco o el treinta por ciento de la fuerza de
trabajo real total. Se trata entonces de constatar la insuficiencia del
recorrido sindical que pueden aportar. No tienen una perspectiva global sobre el
proceso complejo en el que se inscribe su unidad productiva, ni tienen tampoco legitimidad
para la representación de un número creciente de asalariados que se sitúan en
el exterior, y al margen, del colegio electoral que los ha designado.
Pero tampoco es
posible suplir la insuficiencia de recorrido en la acción de los comités con
una intervención “desde fuera”, desde las instancias de mando de la federación
o la unión sindical correspondiente. Una cosa es que el ecocentro de trabajo
haya perdido autonomía y poder de decisión, y otra muy distinta es que haya
perdido importancia. Sigue funcionando como una conexión insustituible entre la
persona y la sociedad, sigue siendo (potencialmente) generador de derechos de
ciudadanía. Podemos concebirlo como un nudo crucial en una red amplia de
relaciones; como un eslabón de una larga cadena. El sindicato como contrapoder
necesita confrontarse con el poder empresarial allí donde este reside; pero no
puede saltarse ningún eslabón, ninguna etapa del recorrido. Porque la
legitimación de la organización sindical viene de abajo.
Las secciones
sindicales (de centro de trabajo, de empresa, de grupo de empresas) facilitan a
los asalariados, de un lado, la comprensión de la lógica de las decisiones empresariales
sobre la producción, y permiten por tanto su discusión concreta y la propuesta
de alternativas. De otro lado, son un elemento que ayuda a reunificar en el dato
común de la afiliación a los trabajadores precarios, a fin de acabar con su
indefensión y su marginación de cualquier derecho derivado de su prestación de
trabajo.
El funcionamiento
normalizado a través de secciones sindicales que acojan e igualen en derechos a
fijos y precarios aumentará la capacidad de extensión de la sindicación a
nuevos grupos de trabajadores, y la coordinación de estrategias de contrapoder
a los métodos abusivos de organización del trabajo que aún predominan en el
panorama empresarial por la inercia de una visión taylorista de la producción. En
el mejor de los casos, tienen potencialidad además para convertirse en “laboratorios”
de la acción sindical en el territorio, de extender su influencia a otros
sectores y otras empresas, de contribuir a organizar otras luchas por la
dignidad, en su entorno inmediato. (Cuántos/as trabajadores/as circulan muy a
su pesar de un “curro” a otro, en empresas del mismo o de distinto ramo,
siempre precarios/as, siempre ninguneados/as en sus saberes y en sus derechos).
No se trata entonces
de optar por comités “o” secciones sindicales; esa es una falsa polémica. Se
trata de poner ahora todo el acento en la creación, la extensión y el fortalecimiento
de secciones sindicales con el fin de aumentar el radio de acción de la
influencia sindical en el conjunto asalariado.