En las clases de
gramática de mi niñez nos lo dejaban claro: sustantivo es el vocablo que tiene
sustancia en sí mismo, y adjetivo es lo accidental, lo que se arrima a un
sustantivo para matizarlo o precisarlo, pero por sí mismo no significa nada.
En política también
ocurre así, pero con frecuencia las cosas se ven al revés. Se diría que existe
una tendencia irreprimible a poner el carro delante de los bueyes. Los partidos
políticos, que tienen un carácter vehicular o instrumental, que son cauces de
expresión de anhelos y reivindicaciones surgidos de la sociedad civil, son
vistos como lo sustantivo, lo sólido, lo perdurable; mientras que la sustancia
de la que deberían ser portadores aparece como algo aleatorio y mudable.
Un ejemplo traído a
cuento por José Luis López Bulla hoy mismo en su blog (1): para un adalid del
soberanismo catalán, el resultado de las elecciones municipales en Barcelona, cap i casal de Catalunya, es visto como una
“complicación”. El procès es para él lo
sustantivo, y la voluntad popular, expresada a través de mayorías y minorías
bastante nítidas, algo accesorio e inoportuno que viene a dificultar las perspectivas.
Es solo un ejemplo,
hay muchos más a mano en un momento crítico en el que todo el escenario
político está sujeto a cambios profundos: unos partidos políticos desfallecen,
aparecen otros nuevos, se crean plataformas plurales a partir de consensos
sobre programas definidos, y en general se abre paso la conciencia de la necesidad
de pactos y componendas para la gobernanza de las diferentes instancias
políticas.
Hay quien en esta
tesitura defiende sobre todo el logo propio, el signo público y visible que distingue
a los “nuestros”, y rechaza la confusión de las sopas de siglas. La historia,
la tradición, la trayectoria, imponen a las formaciones acreditadas un camino
inequívoco. Hay un “sacro horror” a contaminarse con las impurezas que
seguramente acarrearán otras instancias ideológicamente menos fiables. Es la
defensa de la marca, el “orgullo de partido”, al que dediqué hace algún tiempo
un post particular (2).
Repito ahora el
juicio que merecía a Antonio Gramsci, en unos tiempos y unas circunstancias muy
diferentes a los actuales, la “boria”, el orgullo de partido. Cito su frase
original, tal como aparece en una nota de los Cuadernos: «Occorre disprezzare la boria di partito e alla boria sostituire
i fatti concreti.» Parece escrito para hoy mismo. Nos reclama ir a lo
sustantivo y “despreciar”, mudar en la medida en que resulte necesario, lo que
es solo adjetivo.
En esa línea me
parece que se mueve la recentísima propuesta de Joan Herrera, líder de ICV, de
mantener el mismo criterio seguido por su formación en las municipales, la participación
en amplias plataformas plurales sustentadas por compromisos concretos, como
forma de abordar las próximas elecciones generales.
No hay pérdida de
protagonismo de las siglas ni oscurecimiento en esa opción, sino adecuación
lógica a la función instrumental del partido político. En los momentos críticos
de cambio, es positivo que todo el aparato partidario se ponga de forma consciente
al servicio de unos intereses sustantivos más amplios, de fatti concreti.