Muchos y muchas militantes
de base de la política, después de la vorágine de una campaña electoral, optan
por vaciar de contenido la jornada llamada “de reflexión”. Aprovechan para
desconectar: salir de campo o playa con la tortilla jugosa envuelta en papel aluminio,
ver en el cine del barrio la película postergada durante varias semanas, poner
la lavadora a funcionar y bajar al bar de la esquina a por un par de cervezas, o
dedicar los esfuerzos del caso al álbum filatélico que cogía polvo en el cajón
bajo del escritorio.
No seré yo quien
critique ocupaciones tan sensatas. Pero postergar los análisis al día después de
conocerse los resultados tiene el inconveniente de dejar en el tintero sensaciones
volátiles acerca de cuestiones sin una gran trascendencia en los resultados
brutos que arrojarán las urnas, pero que merecen un instante particular de
reflexión, aunque solo sea porque mañana quedarán ahogados en el trabajo de
delimitación de las grandes líneas de tendencia.
Rescato tres apuntes
en la dirección indicada:
(Experiencia) Los partidos más asentados hasta hoy mismo en municipios
y autonomías han insistido, frente a la aparición de nuevos rivales que aspiran
a relevarles, en el valor diferencial añadido
que les depara su experiencia acumulada de gobierno. Pero es precisamente su
experiencia de gobierno lo que rechazan los “nuevos”. Es el “más de lo mismo”
lo que en particular los irrita. El valor que pueden esgrimir los nuevos es, muy
al contrario, la ingenuidad de lo que irrumpe desde fuera, el desembarazo de la
tupida madeja de intereses creados en la que están envueltos los viejos
gestores.
(Mérito) Parece darse una coincidencia bastante generalizada,
en un sector determinado de la opinión, en el sentido de que Izquierda Unida no
merece los magros resultados que le atribuyen los sondeos. Su historia, su
proyección, serían merecedores de muy otra consideración por parte del
electorado. IU viene de muy lejos y va más lejos aún.
Conviene, sin embargo,
ser laicos en este sentido: si IU ha perdido en este trance concreto de su
trayectoria la conexión que en otros momentos ha existido con las masas
populares, quien tiene que rectificar su posición es necesariamente la
formación política, porque las masas no rectificarán jamás por sí mismas. IU ha
hecho en el último año un intento serio de renovación formal, con mayor
atención a la democracia interna (un aspecto en el que siempre ha habido
deficiencias) y con la propuesta de elegir candidatos a través de primarias. El
balance final de las dimensiones y los resultados concretos de ese intento será
lo que determine en última instancia el mérito o el demérito de sus
candidaturas, al margen del valor (indudable) de las personas que las integran;
y la nota final al conjunto será sin remisión posible la que pongan los
electores con sus votos.
(Ausencia de proyecto) En un artículo reciente de Eddy
Sánchez, leo la propuesta de pasar ya del “momento destituyente” de la
movilización popular que arranca del 15-M, a un “momento constituyente”. En
términos gramscianos, pasar del asalto al asedio, de la guerra de maniobras a
la de posiciones. Estoy totalmente de acuerdo con el articulista, pero entiendo
que ese paso estratégico debería haberse dado un poco antes, y con dosis bastante
mayores de preparación estratégica. Llegada la hora de la verdad, el asalto “destituyente”
puede tener una eficacia mucho menor de la deseada, por el hecho de que se
asaltan las casamatas del Estado a puro huevo, a mogollón, sin objetivos claros
y sin la atención debida a las previsibles líneas de repliegue del enemigo. Quienes
critican sin piedad el proceso de la transición a la democracia no han
aprendido debidamente sus lecciones, y no han valorado las capacidades de reacción
y de transformismo que caben en las personas y las instituciones relacionadas
con el poder.
No quiero decir que
todo esté perdido, al contrario. El impulso hacia el cambio va a prevalecer mañana
sobre las deficiencias de preparación, y las lecciones estratégicas desatendidas
hasta el momento pueden ser aprendidas con rapidez en la dinámica en la que va
a entrar el país. La clave estará en la concreción y la formulación de un gran proyecto
de cambio y de progreso compartido por una gran mayoría. Un proyecto que no va
a ser (desengáñense los compañeros socialistas) propiedad registrada de una
fuerza con nombre y apellidos; y en el que tampoco pueden darse
descalificaciones apriorísticas, sino, ante todo y sobre todo, trabajo,
trabajo, trabajo. Trabajo colectivo, consenso, iniciativas y saberes de
procedencias diversas y puestos en común.