La última encuesta
del CIS es reveladora, en el sentido de que muestra muy a las claras que una gran parte de la ciudadanía
está hasta la cruz de los pantalones, o alternativamente hasta la sisa de las
enaguas, del largo desierto de ordeno y mando que estamos atravesando todos con
grandes fatigas y penalidades. Al margen de esa cuestión lo que aparece, sin embargo, no ofrece líneas de
interpretación nítidas. No despunta en el sondeo una España diferente; se diría
que la que se insinúa detrás de los celajes de la intención de voto es la misma
España de antes, solo que más cansada y más escéptica.
Y como las
pulsiones del electorado tienden a seguir los ritmos cíclicos característicos de
las modas vestimentarias, las ahora proscritas mayorías absolutas podrían
volver a ser “in” y a “llevarse” con todo tipo de complementos, de aquí a cuatro
o a ocho años, si lo que las candilejas de la escena iluminan en ese tiempo no es
un cambio de sustancia, de “alma” en la política, sino una versión reciclada del
bipartidismo, ahora a cuatro bandas, con cambios de pareja frecuentes y un
toque sado-maso para añadir morbo al cóctel.
Ilustraré mi punto de vista con un ejemplo
que ha sido muy aireado: ¿significaba, de verdad, algún avance perceptible enviar a Chaves
y Griñán al cementerio de los elefantes? ¿Era esa la clave justa para abrir las
puertas a la gobernabilidad de Andalucía?
Los jóvenes leones llamados
a despuntar en el previsible panorama neo parlamentario se nos presentan rodeados
de un aura de déjà vu, para utilizar una
expresión aguda de José Luis López Bulla. Quienes aparecen por la derecha
recuerdan de forma sospechosa a aquellos chicos modosos y bien vestidos que nos endosaban
las preferentes con aire de no haber roto jamás un plato; los que
presumiblemente se sitúan más a la izquierda, siempre con aspavientos de que no
lo son, de que son “otra cosa”, sienten tanto placer en la indefinición y en la
indeterminación, que ni siquiera han sabido salir de ella en el momento de
presentar su programa. Sobran las fintas tácticas, y se echa de menos una estrategia
de fondo. Algún dirigente, incluso, ha llamado ya a retirada antes de comenzar
la batalla, adornándose en la suerte con un «No es eso, no es eso» de cuño
orteguiano. Puro déjà vu.
De modo que, al
parecer, el voto popular no va a servir para despejar las grandes incógnitas
que nos preocupan a una gran mayoría de españoles. Estas, semejantes para el
caso al séptimo sello del Apocalipsis, solo empezarán a desvelarse el Día Después.
¿Será entonces el
llanto y el crujir de dientes? Imposible anticiparlo. Como el coñac de las
botellas en el Romance de la Guardia Civil de Federico García Lorca, los
políticos se nos han disfrazado de Noviembre.