Era inevitable que
volviera a suceder, y ha sucedido. Monseñor José
Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, ya conocido de sobra por exabruptos
anteriores, cabalga de nuevo. En esta ocasión exige la prohibición de una
muestra sobre el Movimiento Feminista de Euskadi, que se exhibe en la sala
cultural Koldo Mitxelena de la ciudad vasca.
El jerarca
eclesiástico tiene la piel fina. Lo que ha despertado sus iras esta vez son
unas fotografías en las que aparecen pintadas callejeras del siguiente tenor:
«La iglesia que arde es la que mejor ilumina.» Se trata de pintadas históricas,
no actuales. Se produjeron años atrás en situaciones de lucha feminista en las
que la jerarquía eclesiástica adoptó una posición determinada. Eso es historia
también.
¿Lamenta su
eminencia que las cosas ocurrieran como ocurrieron? No, no se le ha oído pedir
perdón, y tampoco aparece en sus palabras un atisbo de rectificación. Lo que quiere
– lo que exige – es que se prohíba la muestra feminista porque en ella se manifiesta
odio a la religión. Porque «ataca la convivencia».
En los Evangelios
se narra punto por punto la Pasión de Cristo; cómo fue atado a la columna y
azotado, coronado de espinas, cargado con la cruz, clavado en ella, y
atravesado su costado con una lanza. Quizá monseñor Munilla exija también
prohibir los Evangelios, o cuando menos censurar las partes en las que se
expresa un odio religioso tan exacerbado.
Y si no es así, si
es posible relatar cómo Jesucristo fue puesto literalmente como un eccehomo, ¿en
virtud de qué ley, me pregunto, la piel de monseñor Munilla ha de ser más fina
que la del Salvador?
Para mayor chiste,
argumenta monseñor lo siguiente en su carta pastoral dirigida a todas las
parroquias de la diócesis: «Las autoridades
políticas que gobiernan las instituciones públicas de Gipuzkoa (el Koldo
Mitxelena, en este caso), no pueden mirar para otro lado, sino que tienen la
plena responsabilidad en la permisión de estos ataques y provocaciones contra
la libertad religiosa.»
¡Salió a relucir la libertad
religiosa! Pero, Monseñor, la libertad religiosa no es libertad para prohibir; es
una cuestión mucho más de fondo, que conecta con las creencias íntimas y las
prácticas del culto privado, sean estas las que sean, de cualquier persona, en
tanto que como persona posee una dignidad merecedora de un respeto universal.
Dijo Rosa Luxemburgo que «la única libertad
importante para mí es la de quien no piensa como yo.» Rosa Luxemburgo era roja, atea y probablemente feminista también. La posición de monseñor
Munilla es, lógicamente, la contraria; para él solo importa la libertad de los
bien pensantes, la de los que piensan exactamente del mismo modo como piensa él.
Se queja en su pastoral de la «presión de un laicismo agresivo» que conduce a
una «dictadura del relativismo». El relativismo establece que todas las
religiones, al margen de la cuestión bizantina sobre si son verdaderas o
falsas, son igualmente respetables en el seno de una sociedad igualitaria y
democrática. Eso es exactamente lo que enfurece a Monseñor. No, hombre, no,
solo los “suyos” merecen respeto, y tanto caso ha de hacerse de la democracia en
este punto como de una gaita escocesa.
Monseñor Munilla, dispense la observación:
eso que usted defiende no es libertad religiosa, sino monopolio de
adoctrinamiento.