miércoles, 21 de octubre de 2015

TRASPOSICIONES LITERARIAS


Viene a resultar al parecer de la consulta de algunos de los innumerables manuscritos preparatorios que dejó Marcel Proust amontonados a su muerte, que la famosa magdalena desmigajada en té que revivió en el autor la memoria inconsciente de los veranos de su niñez en Combray, no sería tal magdalena, sino una tostada. Las pruebas van a ser publicadas bajo el título Les manuscrits de la madeleine.
La noticia no es tan sensacional. Se ha documentado de forma precisa que Proust barajó primero la solución “tostada”, pasó de ahí al bizcocho, y se detuvo finalmente en la magdalena modelada en la forma de una coquille de Saint-Jacques, es decir de una vieira. Pero ese era su procedimiento habitual: Combray era en realidad Illiers, el Gran Hotel de Balbec estaba en Cabourg, y Albertina fue un chófer amable llamado Alfred. Sobre este último extremo me alertaron voces compasivas cuando puse a mi hija el nombre de Albertina, en homenaje a la amada inconstante y elusiva del pequeño Marcel. Y hube de gastar mucha saliva para explicar que lo que me gustaba no era el personaje proustiano y menos sus posibles modelos en la realidad, sino la sonoridad musical del nombre, con sus vocales abiertas y sus consonantes líquidas rematadas en un “tin” que suena como el cosquilleo plateado de una campanilla.
El mecanismo principal del arte reside precisamente en la polisemia, en su capacidad para evocar por medio de asociaciones no conscientes un aluvión de sentimientos y de emociones que no estaban implícitos a priori en las palabras, los sonidos, las formas o los colores utilizados.  Es la disposición, la organización y en su caso la trasposición de todos esos elementos lo que provoca el efecto final deseado. ¿Puede alguien explicar por qué Vittore Carpaccio, en el fresco sobre la visión de san Agustín pintado para la Scuola de San Giorgio degli Schiavoni en Venecia, sustituyó una comadreja situada en el centro de la composición por un perrito que escucha atento la voz milagrosa de san Jerónimo? Explicarlo, no; pero advertimos a primera vista que fue un acierto.
En la obra de Proust, el escritor Bergotte organiza sus textos con la impostación material y el designio vertical que presidieron la construcción de las catedrales góticas. El pintor Elstir planea sus composiciones como metáforas, en las que el mar aparece con apariencia sólida, las casas tienen reflejos líquidos, los mástiles de los barcos de vela parecen árboles o torres de fortalezas, las figuras humanas adoptan un aspecto mineral y las cosas presentan perfiles humanos.  Y el músico Vinteuil elabora una música que se infiltra como un susurro íntimo a través de los oídos del oyente y alcanza con precisión quirúrgica su corazón, al modo como el bisturí manejado por las manos expertas del cirujano saja el absceso formado en él por las penas de amor no resueltas y los remordimientos tardíos e ineficaces.
Entonces, el tránsito de la tostada a la magdalena modelada como una vieira no tiene un interés sustancial, sino puramente arqueológico. Ayuda a comprender cómo nace y se desarrolla una obra literaria; cómo ciertas trasposiciones potencian el contenido simbólico de un texto y contribuyen a ese plus que tiene siempre, respecto de su literalidad desnuda, ese algo indeterminado e indefinible que nos conformamos con clasificar provisoriamente bajo la etiqueta de “arte”.