Un axioma clásico
afirma que es posible engañar a algunas personas durante todo el tiempo, y
también a todo el mundo durante algún tiempo, pero que no se puede engañar a
todo el mundo durante todo el tiempo. Tampoco ha podido hacerlo Volkswagen (VW)
con la trampa de sus sensores de emisión de gases tóxicos.
Habría que corregir
el axioma, sin embargo, en dos sentidos importantes. El primero, porque sí es
posible, ya, engañar a “casi” todo el mundo durante “casi” todo el tiempo.
También VW lo ha demostrado. Si se posee una fachada importante de eficiencia,
calidad y respetabilidad; si se cuenta con el respaldo decisivo de
instituciones políticas, jurídicas y financieras, en los niveles tanto nacional
como transnacional; si está en juego el cash
flow suficiente para que los organismos encargados de controlar la veracidad
comprobable de una afirmación prefieran mirar a otro lado antes que mojarse en
un asunto vidrioso que puede destapar muchos sapos de digestión difícil, se
puede mentir con una confianza relativa en el futuro radiante de una mentira provista
de tantos buenos avales.
El otro sentido en
el que conviene corregir el axioma mencionado al principio de estas líneas, es
precisamente lo que ocurre después de descubierto el pastel. Tengo a la vista
dos comentarios de buenos amigos, que me van a ayudar a dirigir el tiro. Dice Miquel Falguera i Baró, en un mensaje privado, citado
por José Luis López Bulla: «Volkswagen
es un ejemplo –otro más- de cómo: a) en el pacto welfariano el Estado renunció
al control desde fuera de la empresa y el sindicato al control desde dentro de
qué se produce y cómo se produce; y b) las políticas neoliberales lo que están
imponiendo es la desaparición de los mecanismos de control interno y externo en
todos los núcleos de poder –también, la empresa-.»
Bien, según este
planteamiento, en el asunto del qué y el cómo se produce están concernidos: 1,
la empresa misma (su dirección ejecutiva); 2, el/los sindicato/os como representante/es
dentro de la empresa de los trabajadores; 3, el Estado, por sus funciones y
obligaciones en relación con la economía en su ámbito; 4, los vientos
neoliberales de carácter transnacional y global que quieren abolir todos los
medios de control (y de retruque, conviene no perderlo de vista, que favorecen
la proliferación y la impunidad de engaños tan desastrosos y tan nocivos como
el de VW).
La situación es un
poco más complicada, en la medida en que intervienen también en el meollo de la
cuestión los sindicatos desde sus mecanismos de intervención fuera de la
empresa (las centrales sindicales con sus planteamientos de orden general,
dentro del ámbito del Estado y, más allá del mismo, en el contexto
internacional), y los partidos políticos como parte integrante del Estado, porque
no cabe reducir simplemente el Estado a la Administración; en su interior hay
diferencias, conflictos, y juegos de intereses confrontados.
Puede darse el
caso, entonces, de que en un fraude gigantesco como el de VW, las consecuencias
más dolorosas vayan a recaer sobre quienes menos culpa tienen. Y que las
distintas partes que ostentan responsabilidades de guía y de control en un caso
así, lo que hagan sea, no arrimar el hombro para poner remedio adecuado, sino
organizar cuidadosamente su propia irresponsabilidad. A saber, designar
comisiones de investigación que concluirán determinando que las culpas están en
otro lado, en cualquier otro eslabón de la cadena de responsabilidades.
López Bulla parece barruntar
algo así cuando escribe: «“El Gobierno y los
sindicatos han acordado constituir un grupo de coordinación y seguimiento
del Programa de Inversiones del Grupo Volkswagen en España para un
permanente análisis de la situación y proponer las medidas adecuadas para que
se haga efectiva la garantía del mantenimiento de las inversiones
previstas y del empleo de calidad en España”. Lo que me parece pertinente. El
tiempo dirá, no obstante, hasta qué punto el funcionamiento de este grupo de trabajo cumple con su
obligación o se queda en un perifollo para salir del paso.»
(1)
Las medidas adecuadas “para que se haga
efectiva la garantía del mantenimiento de las inversiones y del empleo de
calidad” exigen, en efecto, partir de muy abajo y llegar hasta muy arriba.
Habría que acabar con un sistema despótico de organización del trabajo, y
llegar a acuerdos de co-determinación
(no de cogestión) de la producción en las grandes empresas, con algún tipo de
control de la cantidad y la calidad por parte de los trabajadores mismos.
Habría que afinar los mecanismos de
representación y de intervención de las centrales sindicales en los temas
generales de la economía, en los que ahora son vistos como advenedizos insufribles
solo aptos para poner pegas al jugoso reparto de las ganancias de la cosa entre
las elites políticas y financieras que transitan sin descanso de un lado al
otro por las puertas giratorias.
Habría que interesar a los partidos políticos
de la izquierda en estas cuestiones, que hasta el momento solo les provocan
sarpullidos mientras hacen sus cuentas de escaños y butacas institucionales
para la próxima cosecha.
Habría que animar al Estado a ejercer las
funciones de control riguroso y de dirección económica que le otorgan las leyes,
pero que se ha dejado olvidadas en algún recodo del largo camino.
Y finalmente, desde las instituciones internacionales,
faltas hasta ahora de dosis mínimas de democracia y por tanto de autoridad y
credibilidad, habría que poner coto al galope desbocado de las majors y las grandes empresas
transnacionales para lucrarse enmerdando a todo quisque en el proceso. Quienes aún
defienden el TTIP, por poner un ejemplo obvio y actual, y nos aseguran que todo
está bajo control, que nos expliquen el caso VW y lo que la UE tiene previsto
hacer al respecto.
Que nos lo expliquen no solo con buenas
palabras. La capacidad de nuestras tragaderas no da para más. Como dijeron en
su momento los padres de la iglesia, la fe sin obras es fe muerta.
O algo de ese estilo.