miércoles, 14 de octubre de 2015

VOLKSWAGEN COMO SÍNTOMA


Un axioma clásico afirma que es posible engañar a algunas personas durante todo el tiempo, y también a todo el mundo durante algún tiempo, pero que no se puede engañar a todo el mundo durante todo el tiempo. Tampoco ha podido hacerlo Volkswagen (VW) con la trampa de sus sensores de emisión de gases tóxicos.
Habría que corregir el axioma, sin embargo, en dos sentidos importantes. El primero, porque sí es posible, ya, engañar a “casi” todo el mundo durante “casi” todo el tiempo. También VW lo ha demostrado. Si se posee una fachada importante de eficiencia, calidad y respetabilidad; si se cuenta con el respaldo decisivo de instituciones políticas, jurídicas y financieras, en los niveles tanto nacional como transnacional; si está en juego el cash flow suficiente para que los organismos encargados de controlar la veracidad comprobable de una afirmación prefieran mirar a otro lado antes que mojarse en un asunto vidrioso que puede destapar muchos sapos de digestión difícil, se puede mentir con una confianza relativa en el futuro radiante de una mentira provista de tantos buenos avales.
El otro sentido en el que conviene corregir el axioma mencionado al principio de estas líneas, es precisamente lo que ocurre después de descubierto el pastel. Tengo a la vista dos comentarios de buenos amigos, que me van a ayudar a dirigir el tiro. Dice Miquel Falguera i Baró, en un mensaje privado, citado por José Luis López Bulla: «Volkswagen es un ejemplo –otro más- de cómo: a) en el pacto welfariano el Estado renunció al control desde fuera de la empresa y el sindicato al control desde dentro de qué se produce y cómo se produce; y b) las políticas neoliberales lo que están imponiendo es la desaparición de los mecanismos de control interno y externo en todos los núcleos de poder –también, la empresa-.»
Bien, según este planteamiento, en el asunto del qué y el cómo se produce están concernidos: 1, la empresa misma (su dirección ejecutiva); 2, el/los sindicato/os como representante/es dentro de la empresa de los trabajadores; 3, el Estado, por sus funciones y obligaciones en relación con la economía en su ámbito; 4, los vientos neoliberales de carácter transnacional y global que quieren abolir todos los medios de control (y de retruque, conviene no perderlo de vista, que favorecen la proliferación y la impunidad de engaños tan desastrosos y tan nocivos como el de VW).
La situación es un poco más complicada, en la medida en que intervienen también en el meollo de la cuestión los sindicatos desde sus mecanismos de intervención fuera de la empresa (las centrales sindicales con sus planteamientos de orden general, dentro del ámbito del Estado y, más allá del mismo, en el contexto internacional), y los partidos políticos como parte integrante del Estado, porque no cabe reducir simplemente el Estado a la Administración; en su interior hay diferencias, conflictos, y juegos de intereses confrontados.
Puede darse el caso, entonces, de que en un fraude gigantesco como el de VW, las consecuencias más dolorosas vayan a recaer sobre quienes menos culpa tienen. Y que las distintas partes que ostentan responsabilidades de guía y de control en un caso así, lo que hagan sea, no arrimar el hombro para poner remedio adecuado, sino organizar cuidadosamente su propia irresponsabilidad. A saber, designar comisiones de investigación que concluirán determinando que las culpas están en otro lado, en cualquier otro eslabón de la cadena de responsabilidades.
López Bulla parece barruntar algo así cuando escribe: «“El Gobierno y los sindicatos han acordado constituir un grupo de coordinación y seguimiento del Programa de Inversiones del Grupo Volkswagen en España para un permanente análisis de la situación y proponer las medidas adecuadas para que se haga  efectiva la garantía del mantenimiento de las inversiones previstas y del empleo de calidad en España”. Lo que me parece pertinente. El tiempo dirá, no obstante, hasta qué punto el funcionamiento de este grupo de trabajo  cumple con su obligación o se queda en un perifollo para salir del paso.» (1)
Las medidas adecuadas “para que se haga efectiva la garantía del mantenimiento de las inversiones y del empleo de calidad” exigen, en efecto, partir de muy abajo y llegar hasta muy arriba. Habría que acabar con un sistema despótico de organización del trabajo, y llegar a acuerdos de co-determinación (no de cogestión) de la producción en las grandes empresas, con algún tipo de control de la cantidad y la calidad por parte de los trabajadores mismos.
Habría que afinar los mecanismos de representación y de intervención de las centrales sindicales en los temas generales de la economía, en los que ahora son vistos como advenedizos insufribles solo aptos para poner pegas al jugoso reparto de las ganancias de la cosa entre las elites políticas y financieras que transitan sin descanso de un lado al otro por las puertas giratorias.
Habría que interesar a los partidos políticos de la izquierda en estas cuestiones, que hasta el momento solo les provocan sarpullidos mientras hacen sus cuentas de escaños y butacas institucionales para la próxima cosecha.
Habría que animar al Estado a ejercer las funciones de control riguroso y de dirección económica que le otorgan las leyes, pero que se ha dejado olvidadas en algún recodo del largo camino.
Y finalmente, desde las instituciones internacionales, faltas hasta ahora de dosis mínimas de democracia y por tanto de autoridad y credibilidad, habría que poner coto al galope desbocado de las majors y las grandes empresas transnacionales para lucrarse enmerdando a todo quisque en el proceso. Quienes aún defienden el TTIP, por poner un ejemplo obvio y actual, y nos aseguran que todo está bajo control, que nos expliquen el caso VW y lo que la UE tiene previsto hacer al respecto.
Que nos lo expliquen no solo con buenas palabras. La capacidad de nuestras tragaderas no da para más. Como dijeron en su momento los padres de la iglesia, la fe sin obras es fe muerta.
O algo de ese estilo.