Ojito con los
refugiados, que no todos son trigo limpio. Lo advierte monseñor Antonio Cañí,
cañí, Cañizares, arzobispo de Valencia y representante oficioso de los valores
eternos de toda la vida. En vísperas de las últimas elecciones catalanas,
convocó una vigilia para rezar por la unidad de España, la cual es, como se
sabe, una unidad de destino en lo universal. A España se la ha de colocar en un
altar, y lo último que debe hacerse con ella es tocarla. Ni un pelo, ni
siquiera el borde del manto.
Pues bien. Ahora, una
invasión de refugiados sirios de extracción dudosa amenaza con profanar ese
altar y poner patas arriba el orden admirable y armonioso del que disfrutamos
por privilegio especial del Altísimo. Muchos de ellos ni siquiera están
perseguidos en su país, dice monseñor. Huyen simplemente por los bombardeos, y
eso sin duda es síntoma de escaso amor al terruño. Y se instalan aquí tan
ricamente, y nosotros les damos alojamiento gratuito y torrijas para el
desayuno.
Todo muy bonito,
pero en realidad ellos son un caballo de Troya, dice monseñor. ¿Qué es un
caballo de Troya? Consultado Google, se trata de un tipo de virus informático capaz
de arruinarte el disco duro. Joer con los sirios.
De aquí a unos
años, cuando desde los minaretes que habrán sustituido a nuestros recios
campanarios los imames llamen a la oración y glorifiquen a Alá, ¿dónde habrán
quedado los valores eternos del integrismo cristiano? El papa Francisco es todo
corazón, pero carece de lucidez. Predica el Evangelio sin más, y en cuestiones
de Evangelio se debe andar con tiento. Bien dicen las damas prominentes del beaterio
que tenemos la gran suerte de que la santa madre iglesia nos protege de
Jesucristo.
Para empezar Jesucristo
no era español, lo cual lo convierte de inmediato en sospechoso. Era palestino,
nada menos. Y luego predicaba cada cosa de agárrate. Menos mal que lo hacía en
parábolas, y con las parábolas siempre es posible defender que dicen una cosa
pero en realidad significan otra distinta.
Así se puede ir
trampeando con historias como la del camello y el ojo de la aguja. Pero hay
otras que claman al cielo, y el cielo me perdone, Dios Padre debería haber
tenido más mano dura con su chico. Fíjense en aquella del fariseo. ¡Por el amor
divino, criatura, entre dos desgracias siempre preferible el fariseo que no el
republicano!