En una intervención
en el Foro ABC, Mariano Rajoy ha admitido que “probablemente”
(atención al adverbio, que expresa un matiz de duda o de retranca) su gobierno no
ha sido «lo bastante rápido y diligente» en la tarea de atajar la corrupción, y
tampoco ha «comunicado bien». Sin probabilidad de ninguna clase, lo que ha
dicho es un eufemismo colosal. En relación con la corrupción Rajoy no ha sido ni rápido ni lento, porque no
se ha movido. No ha sido ni diligente ni lerdo, porque se ha limitado a mirar con
insistencia a otro lado; en concreto, a los brotes verdes de la economía que creía
ver asomar desde su ventana pero que ¡ay! siguen mustios. Y no ha comunicado
bien ni mal, porque lo ha negado todo, siempre, salvo «alguna cosa».
La última pose de
Mariano en relación con estos temas es la de Aquiles
al ver la foto-finish después de su mítica carrera con la tortuga: «¡Ay, por
qué poco! Se me ha escapado por un pelo.» Pero no es cierto, la tortuga de la
corrupción ha campado libremente por sus respetos y ha llegado a la meta con
muchos cuerpos de ventaja sobre el gobierno. Ahora mismo, Rajoy debería dar alguna explicación de
por qué no se inhibe el magistrado Enrique López,
ese dechado de independencia patrocinada por el PP, en la causa abierta a Luis Bárcenas. Pero mientras canta la palinodia para
contentar al respetable, también en este caso Mariano no sabe, no contesta.
El peligro en las
próximas elecciones, dice Rajoy, está como siempre en los socialistas, pero
también en Ciudadanos, ojo, «un partido de centro-izquierda», potencialmente
rupturista, claramente propicio al desmelene y a la borroka. Si se alían las
dos bandas de irresponsables, juntos pueden arruinar los grandes éxitos
alcanzados en estos cuatro años de mano firme al timón de la economía.
¿Qué éxitos? Nadie
aquí tiene la sensación de contar con vientos favorables ni de atravesar una
racha de prosperidad. Bueno, la explicación oficial de Mariano es la siguiente:
«Ya no estamos ante un país que se desmorona como era
aquella España de 2011, sino ante otro erguido y decidido a avanzar.»
Si se trata de “su” retrato de la España actual, no le ha sacado ningún parecido.
No hablo del problema catalán, ni de en qué dirección “avanza decidido”. Quedémonos
simplemente en la observación de los parados, que siguen “desmoronados” en
porcentajes similares a los de 2011; de la deuda externa, que se ha inflado en
este cuatrienio, y de las perspectivas graves de incumplimiento en los límites
de endeudamiento fijados para este año y el próximo, sobre todo después de la aprobación
a rodillo de unos presupuestos del Estado “cocinados”, con “diligencia” y “rapidez”
inauditas, por las cortes absolutas de Mariano I el Augusto.
Como guinda del pastel, Mariano ofreció a los
periodistas asistentes al acto su receta para ganar las elecciones del 20D: «Sensatez, seriedad, sentido común,
moderación, prudencia y competencia.» No pongan cara de incredulidad, no es
una enumeración de sus virtudes políticas personales o de las colectivas de su
grupo: es un mantra, un amuleto de la suerte. Se recita juntando el pulgar y el
índice de ambas manos, en la posición del loto, con los ojos semicerrados y
unos humos de pachulí flotando en el ambiente. Su equivalente en el habla común
del hombre de la calle sería aproximadamente, según consenso mayoritario de los
expertos en Marianología consultados, la formulación siguiente: «Que dios nos
pille confesaos».