miércoles, 28 de octubre de 2015

CUANDO LOS NÚMEROS NO NOS AVALAN


No es posible entender lo que está ocurriendo en Catalunya sin cotejarlo con la situación política en el resto del Estado. El órdago independentista del Parlament es una insensatez que se encuentra en profunda sintonía con el desgobierno que emana del extraño gabinete friqui de Mariano Rajoy; la declaración solemne de desobediencia catalana a las leyes españolas se corresponde con la incoherencia venenosa de la frenética actividad legislativa del rodillo parlamentario popular. Como dos espejos colocados en paralelo, los dos poderes nos muestran una misma imagen invertida y repetida hasta el infinito. Son tal para cual.
Ya conocen ustedes mi interpretación de la situación: ha habido un choque de trenes y un descarrilamiento catastrófico. Hay víctimas, pero muchas de ellas aún no han sido identificadas. Entre ellas es muy posible que se encuentren el partido hasta ahora de referencia en Catalunya, CDC, y su capitán de industria, Artur Mas. A este último se le está intentando rescatar de entre los hierros retorcidos del convoy siniestrado. La operación de rescate tiene visos de muy delicada.
Mariano Rajoy no ha quedado en condiciones mucho mejores, después del topetazo. Anda buscando un balón de oxígeno, en su ansia por sobrevivir o, al menos, salvar los muebles. Con cansina monotonía nos explica una y otra vez cómo libró él solo a España del rescate bancario, y cómo los números nos sitúan hoy en cabeza del desarrollo y la prosperidad europea.
Pero los números no avalan esa realidad. La deuda se ha disparado, el consumo se retrae, las cifras sobre mejoría del desempleo no resisten el análisis, y estamos en la cola de Europa en unos cuantos índices de desarrollo humano. Es una tendencia bien documentada y analizada la propensión de los políticos a no actuar sobre la realidad, sino sobre los datos estadísticos; a preferir, por decirlo de alguna manera, el recurso al plano en lugar del recorrido sobre el terreno. Pero lo que resulta inédito, y además chusco, es falsificar el plano para certificar que estamos avanzando cuando en realidad no nos hemos movido. El gozoso asombro de Mariano al aplaudirse a sí mismo, en esas entrevistas recientes, por lo bien que lo ha hecho, deriva quizá de que se cree sus propias mentiras. De ser así, eso daría, mejor que ningún otro instrumento de medición, la talla del personaje.
No es el único, con todo, en engañarse sobre los números. Ahí tenemos al Parlament de Catalunya y a su gobierno en funciones, operando sobre un consenso del 47% como si se tratara de un 67. Reclaman al gobierno central respeto a una mayoría que no existe; exigen la aplicación de reglas democráticas que no son aplicables a la posición en la que se encuentran. En una situación de impasse en la que deberían predominar la humildad, la rectificación y la primacía de la negociación, no se les ocurre mejor estrategia que la fuga hacia adelante.
Una cuestión colateral a la anterior y de orden menor, pero dolorosa para mí porque les he votado, es la de Catalunya Sí Que Es Pot. En la constitución de la mesa del Parlament, cinco de sus miembros electos votaron a favor y seis en contra. De nuevo aparecen los números, y de nuevo no cuadran. La explicación que ha dado el portavoz de la formación no es digna de Joan Coscubiela. Y la perspectiva de una candidatura de revoltillo a las elecciones generales, basada en el tirón electoral que pueda tener en ese contexto Ada Colau y encabezada de nuevo por un nombre semidesconocido, sin garantías por la imposibilidad de relacionarlo con una trayectoria y una práctica decantada dentro de la correlación de fuerzas catalanas, me parece un signo más del descarrilamiento de la realidad y de la dificultad de reagrupar de forma eficaz a los restos desbaratados de lo que pudo haber sido una opción de progreso.