Seguimos esperando
el inminente choque de trenes entre Catalunya y el Estado. Lo hacemos por pura
inercia, el choque predicho se ha producido ya. Parece que no ha pasado nada, sin
embargo. Artur Massastut se ha hecho acompañar de 400 hooligans para deponer
ante la justicia con una grandilocuencia impostada, imitada a partir de algunas
fotografías en sepia de Lluís Companys. Mientras, Zoraida de la Santísima, en
ausencia de su principal, ha llenado el hall de las Cortes con otros 400 parroquianos
que han aplaudido calurosamente sus desvaríos mientras bebían cerveza de grifo.
Pura decoración. «Me juzgan por defender la democracia», declama uno. «Hay que
estar muy orgullosos de lo que ha hecho este partido», pondera la otra. Los dos
miran de reojo el efecto que están produciendo sus dotes histriónicas en el
electorado, pero el electorado, cansado hace tiempo de la función, mira hacia otro
lado.
Es la historia de
siempre, lo viejo no se resigna a morir mientras lo nuevo no acaba de aparecer.
Pero todas las habas están ya contadas, y el pescado vendido. Mas seguramente será
condenado porque, en uno de sus últimos 400 golpes, el PP ha habilitado al
Constitucional para hacerlo. Pero la condena no pasará de una imagen
ejemplificadora de consumo obligado durante la campaña electoral. El déficit
presupuestario será un hecho innegable al concluir el año, pero para entonces el
gobierno habrá cambiado, y otros tendrán que apechar con las cuentas ante la
Europa de esos comisarios que no nos quieren porque son socialistas, según
expresión del portavoz oficial del PP, que ensayó su declaración repasando unos
vídeos del club de la comedia.
Y seguirán los disparates
por ambas partes, nadie lo dude. La razón es que el choque de trenes ya ha
tenido lugar, que toda la vida política ha descarrilado. Tanto Mas como Rajoy están
optando por cagarse en el convento, para lo que les queda dentro. De retruque,
les queda la esperanza (la esperanza es lo último que se pierde) de que, si
extreman la desfachatez lo bastante para proporcionar distracción con sus
jeremiadas al respetable, este les premiará con una prórroga de sus mandatos
ruinosos.
La prórroga, de
todos modos, será condicional para los dos. Mas es ya Uno Mas en Catalunya, y
Rajoy solo puede aspirar a tener una minoría con cierto peso en un gobierno de
coalición que se ocupará de evacuar con diligencia por el desagüe todas sus
futuras ocurrencias y baladronadas. La época de los dos ha concluido. El consuelo
que tal vez les ofrezca la posteridad será la capacidad para seguir poniendo
palos en las ruedas de un país esforzadamente empeñado en avanzar hacia otros
horizontes.