domingo, 25 de junio de 2017

PASTERNAK, UN NOBEL SIN PREMIO


Magnífico documento el que firma Marta Rebón en elpais, en torno a Boris Pasternak y Olga Ivínskaia (1). “Doctor Zhivago” es una obra literaria que me impactó con fuerza cuando la leí, y la he releído luego varias veces más. He visto también la película de David Lean, también más de una vez. La primera de ellas lo hice en compañía de Carmen, a la sazón bastante embarazada de nuestro segundo hijo. Le entró una llorera tan copiosa e inagotable (eran tiempos de clandestinidades, con la inevitable aparición del fantasma de eventuales separaciones largas y traumáticas), que cuando se encendieron las luces yo fui blanco de todas las miradas, como sospechoso de maltrato.
Un buen amigo, excelente traductor del ruso, se ha burlado mucho de mi admiración por Zhivago. Según él, Pasternak es un gran poeta y un novelista mediocre. Veo en el artículo de Rebón que Nabokov sostenía la misma opinión. Discrepo, siempre he discrepado, y la siguiente frase de la novela, citada por Rebón, es una retroconfirmación de mi postura: «Yuri soñaba con una obra en prosa, un libro autobiográfico en el que incluiría, como cargas explosivas ocultas, las cosas más sorprendentes que había visto y pensado. Pero todavía era demasiado joven para un libro semejante, así que se limitaba a escribir versos, como un pintor que durante toda su vida pinta estudios para el gran cuadro que tiene en mente.»
Tampoco me parece que Zhivago sea “una carta de amor a Olga, premiada con el Nobel”. La misma frase anterior indica que Pasternak tenía muchas más cosas en la cabeza, además de Lara/Olga, en el momento en el que se consideró maduro para escribir lo que se proponía.
Lara o Larissa tiene un magnetismo especial para el lector de Zhivago. Hay a lo largo de la novela mucho amor expresado o subyacente, y también un gran, un enorme, sentimiento de culpa respecto de ella. La relación de Pasternak con Ivínskaia, según la conocemos, tuvo mucho de ambas cosas. Olga cayó rendida desde el principio a los pies del genio; el genio la trató con un cariño siempre demasiado celoso de guardar las distancias. No es una relación infrecuente en grandes hombres que cultivan por procura externa su propio narcisismo. Muchos críticos han estimado irrisoria la participación de Olga en la vida intelectual de Boris; el propio Boris puede haber ayudado sin quererlo a esa interpretación. Pero la lealtad a toda costa y la abnegación no son tanto un signo de debilidad femenina, sino de lo contrario: de esa fuerza propia, magnífica, que lleva a una persona a salir de sí y entregarse a algo externo por estimarlo un bien superior al de su propia individualidad.
Muchas mujeres son capaces de ese desprendimiento; muchos hombres se aprovechan de él.
La cuestión del Nobel ha sido también objeto de una polémica que no nos lleva muy allá. Quienes consideran defectuosa la novela de Pasternak esgrimen la concesión del premio como un acto político. El hecho de que el escritor lo rechazara, forzado por la presión de la “nomenclatura”, refuerza el argumento. Pero basta repasar la lista de los Nobel para comprobar que la política, sea política cultural, política reverencial o política a secas, siempre estuvo presente en el certamen. Pasternak emerge, a fin de cuentas, como una de las figuras literarias más consistentes del elenco. Pudo haber otros escritores que merecieran más el premio, y nunca lo tuvieron. A efectos de balance histórico, lo cierto es que el premio en sí pesa muy poco en una carrera literaria.
Un mérito infrecuente, en cambio, es el de haber rechazado el galardón. Son muy pocos los que han hecho tal cosa, apoyados en las razones que sean. Solo recuerdo el caso de Jean-Paul Sartre, puede que haya alguno más. Incluso el último galardonado, el eterno rebelde de la cultura pop, ha acabado por claudicar y escribir su discurso de aceptación para beneficiarse del cash concomitante.