Ayer el Valencia
Basket ganó al Real Madrid y se coronó por primera vez en su historia campeón
de la Liga española. La efemérides es importante tanto para el club vencedor como para
la Liga en sí, ya que es bueno para otros participantes modestos o “no tan
punteros” saber en cabeza ajena que siempre les estará abierta también a ellos
la posibilidad de una primera vez.
El partido en sí
vino precedido por unas declaraciones tempestuosas y poco tempestivas de Sergi Llull,
una de las figuras del equipo multicampeón pero perdedor en esta ocasión.
Declaraba Llull, poniéndose la venda antes que la herida, que si algunos de sus
compañeros estaban cansados, mejor lo decían antes y se quedaban en el hotel en
lugar de salir a jugar a la cancha.
Nadie hizo tal
cosa, y sin embargo el partido se perdió. Ahora Llull habrá de explicar a sus
compañeros qué quiso decir exactamente, y contra quién.
Según una teoría
antigua de siglos, el líder es aquella persona que va un paso por delante de
los demás, para indicar el camino y dar el ejemplo. La persona empeñada a
colocarse a toda costa por delante de todos los demás, apartándolos a empujones
si es preciso, para señalar que, caso de haber proeza, será él el principal
responsable, no es exactamente un líder. El líder asume un sentimiento
colectivo; lo es en la victoria y en la derrota, en superioridad y en
inferioridad de fuerzas. Quien se siente individualmente superior al entorno y
señala al entorno como claramente inferior a él mismo y a sus ilimitadas
potencialidades, no se comporta como un líder sino como un Quevedo, en la
composición que yo analizaba ayer en estas mismas páginas. Su sobrehumano pulso
a la muerte es literariamente admirable, pero metafísicamente hueco. Cualquier
deportista de cualquier club, incluso si es florón singular del club de clubes,
del cogollo del novamás, o está preparado para la derrota imprevista, o es un
asno.
Esta es una
reflexión – lo aviso encarecidamente a los navegantes – circunscrita al ámbito
del deporte, si bien el deporte se configura en muchas ocasiones como metáfora
de otros aspectos varios de la vida. No veo ninguna relación entre lo que queda
escrito y las recientes declaraciones del político y experto en cuestiones de
planificación urbana Jordi Borja, en VilaWeb. Lo de Borja calculo que responde
más bien a una pérdida circunstancial de los nervios, perdonable como tantas
otras meteduras de pata de tantas otras personas, entre las que me incluyo en
lugar preferente a mí mismo.