Este hombre ha cimentado
su carrera política sobre una de las peores catástrofes ecológicas sufridas por
el país, no achacable ni a herencias recibidas ni a estados de excepción
previos, sino únicamente a la torpeza y a la imprevisión del ejecutivo de
entonces. Mariano Rajoy describió el chapapote que estaba a punto de abatirse
sobre las playas atlánticas de la península como unos “hilillos de plastilina”
absolutamente inocuos.
Ahora desatiende
una sentencia del Tribunal Constitucional sobre la amnistía fiscal, tomada por unanimidad y en la que se
le acusa de haber «abdicado de los deberes del Estado y legitimado a los
defraudadores.» No es una acusación baladí. Sin embargo, según Rajoy, se trata nada más de un reproche suave motivado por una cuestión
"meramente formal", la utilización del instrumento del decreto-ley en lugar de
una ley votada en cortes.
Lo primero, hurtar
un asunto así de grave (el propio Rajoy encarece que España estaba “al borde de
la quiebra y del rescate” y era necesario tomar decisiones) al órgano parlamentario
en el que reside la soberanía, no es una mera cuestión de procedimiento. Lo
segundo, Rajoy omite el hecho de que la decisión que tomó su gobierno en la
ocasión estableció una desigualdad sangrante ante la ley en favor de ciertas
personas y en contra de la inmensa mayoría. Se conocen los nombres de algunos de
los beneficiados por la medida: Bárcenas, Rodrigo Rato, Jordi Pujol. No se
conoce la totalidad de la lista porque el titular de Hacienda, respaldado por
el jefe del gobierno, sigue hurtándola al conocimiento de una ciudadanía
estafada, cornuda y condenada a pagar el gasto.
Todo lo cual le
parece a Mariano Rajoy “pelillos a la mar”, como en otro momento asoció al
chapapote la imagen de unos “hilillos de plastilina”. Incluso se ha atrevido a
mencionar el fracaso de la reciente moción de censura como una muestra de «fortaleza
y estabilidad». Cristóbal Montoro va a ser reprobado, y ya alardea: “Cuanto más
me pidan que me vaya, menos me iré.”
La reciente moción de
censura ha sido la enésima oportunidad perdida. La banda del empastre sigue al
frente de nuestros destinos con euforia renovada. En torno de ellos crece la
desolación. Albert Rivera pide a Pedro Sánchez que, puesto que no es diputado,
se esté callado y “les deje trabajar”. Vista la actitud de Rivera y el cuajo
con el que se pone de perfil en toda situación comprometida, uno se pregunta
qué entiende ese hombre por “trabajar”.
Más allá de los
malabarismos de Rivera, la situación me trae recuerdos de remotas clases de latín
del bachillerato: ¿Quién custodiará a los custodios?