Un informe de
Randstad con base en la Encuesta Trimestral de Costes Laborales y en la
Encuesta de Población Activa, ambas publicadas por el Instituto Nacional de
Estadística, señala que en 2016 las empresas españolas han pagado en concepto
de horas extra 2.845 millones de euros, un 6,2% más que en 2015. Según cálculos
de Randstad, con ese dinero se habrían creado 92.500 puestos de trabajo. Es una
comparación enteramente gratuita, dado que en el modelo económico que padecemos
las horas extra tienen muy poco que ver con el empleo. Viene a pasar como con
los macroconciertos que se celebran en estadios de fútbol: el mismo recinto
alberga ambas manifestaciones populares, pero la una y la otra apenas tienen en
común otra cosa que las entradas que se venden y los asientos que se ocupan.
Subrayo, de otro lado,
que la cantidad evaluada sería la que se ha “pagado” en concepto de horas
extra; no el valor de las horas extra realmente trabajadas, que a ojo de buen
cubero debe de ser bastante superior, si atendemos a cómo anda el curro precario
a precios de mercado. Tener un contrato laboral, ese tesoro, impone casi
siempre al asalariado una disponibilidad total para lo que sea, durante las
horas que sean. Es así que se suscribieron en 2016 muchos más contratos que en
el año anterior, y en mayor porcentaje también por tiempo determinado y/o a
tiempo parcial. También es así que se crearon más empresas, y también
desaparecieron más, que en 2015. Todo ello no significa, hablando a ciencia
cierta, otra cosa que la economía real acelera su marcha desbocada en la
distancia cortoplacista.
Las cifras en sí
mismas representan muy poco, son guarismos abstractos. No hay una relación
coherente entre las horas extra pagadas y las realmente trabajadas; no puede
haberla entre dinero invertido en pagar horas y dinero para pagar empleados,
fijos o precarios. Los 2.845 millones no son término de nada estrictamente
cuantificable.
Con los pagos a
Hacienda que han evadido Messi y Cristiano Ronaldo habría podido construirse un
acelerador de partículas, o crearse medio millón de empleos con su seguridad
social incorporada. Con los 60.000 millones del rescate a la banca que no serán
nunca devueltos se habían podido construir cinco aceleradores de partículas o
crear seis millones de empleos. También se habrían podido construir cuarenta
mil estadios de fútbol, otras tantas macrodiscotecas, doscientas mil piscinas municipales
y un millón de fundaciones artísticas. Me invento las cifras. Da igual, a todos
los efectos, porque no son más que elucubraciones vanas. No existe un canal de trasvase
real de fondos financieros entre todas esas manifestaciones. Lo único cierto es
la acumulación ingente de beneficios en los bolsillos de grupos reducidos de
personas riquísimas ya de antes.
El único medio para
que se asignen inversiones de una forma racional y útil para ese etéreo conjunto
de personas que ahora está de moda calificar de “ciudadanía”, es revertir el
modelo económico, y establecer criterios de planificación democrática (virtudes
públicas) que pongan coto al robo descarado del que nos hacen objeto entidades respetables
como Google, Uber o Airbnb; a la bula otorgada a las empresas bancarias y las
eléctricas, entre otras; al despilfarro consentido de tantos munícipes en la
contratación de eventos y de asesoramientos; a la exención o la amnistía fiscal
conseguidas por la cara para empresas de derechos de imagen de personas que se
quejan ya de estar pagando demasiados impuestos (vicios, todos ellos, privados).
Mientras los
poderes públicos no emprendan este camino, saliéndose del bucle en el que nos
encontramos, seguiremos barajando cantidades fantasmales e intentando precisar
cuánto exactamente nos están costando a los españoles las repetidas
complacencias mutuas intercambiadas a todas horas y de forma recíproca por nuestra
elite político-empresarial.