El presidente Putin
ha dicho que él no tiene días malos porque no es una mujer. El argumento, sin
embargo, dista mucho de ser concluyente:
somos cientos de millones los varones que tenemos días fatales sin que nos
visite la regla. Me atrevería incluso a sostener que, el día en que Putin hizo esa
extraña afirmación, estaba pasando por uno de los días peores de su temporada
más reciente.
Tampoco pasaba por
un buen día el profesor de filosofía de un instituto leridano que afirmó que la
homosexualidad es algo antinatural, como ser cojo o ser tuerto. Aquí el
problema consiste en ver cuáles son los límites de la naturaleza; o expresado
de otra forma, qué es lo que dicha señora acepta y lo que rechaza, según es
constatable de forma empírica por un observador imparcial. Examinadas las cosas desde ese enfoque,
lo natural es que el cojo cojee, que el tuerto mire con un solo ojo y que el
homosexual sienta inclinación hacia personas de su mismo sexo. Lo antinatural
sería que actuaran de otra manera.
Visto desde la
óptica del profesor de instituto, tener la regla sería antinatural, dado que él
no la tiene; visto desde la óptica de Vladimiro el Grande, sería antinatural que
tuvieran días malos quienes no están sujetos al menstruo.
En el fondo de
ambos puntos de vista subyace el mismo problema: la idea de que existe en el
mundo un orden superior que establece jerarquías inmutables entre los humanos:
los varones heterosexuales serían, para los dos, la crème de la crème, el no va más. Tal vez los dos coincidan en
considerar antinatural la prohibición recentísima del despatarre de los varones
que ocupan asiento y medio por lo menos en los transportes públicos. Debería
imponerse en la sociedad un respeto natural hacia seres tan superiores.
En último término, concluyo,
todos los días son malos para decir gansadas.