miércoles, 7 de junio de 2017

EL FACTOR HUMANO


La actualidad nos ofrece dos botones de muestra que indican errores de bulto en la marcha hacia un Mundo Futuro 4.0 que garantizaría una eficiencia mayor de todos los engranajes sociales, al servicio de un bienestar inédito para los ciudadanos.
El axioma de partida en el que se basan los sonámbulos del Nuevo Mundo Feliz es que la inteligencia artificial supera con creces a la humana, y que los robots pueden hacerse cargo con mayor solvencia de los asuntos que antes se despachaban, bien a fuerza de brazos, o bien mediante la gestión altamente imperfecta de funcionarios provistos de manguitos a fin de no ensuciarse la camisa con la tinta de los tampones.
Desde este punto de vista, de una lógica aparentemente impecable, la policía británica ha reducido sus efectivos en 20.000 agentes en los últimos años, a cambio de una inversión milmillonaria en Big Data. De forma parecida, el parque de inspectores de la Hacienda pública española ha descendido en 4.000 unidades, a los que van a sumarse en torno a 700 jubilaciones de altos funcionarios entre este año y el próximo. Funcionarios innecesarios, se dice, puesto que ahora es ya prácticamente imposible que se cuelen camellos por los ojos de las agujas de la institución.
Esa es la teoría. En la práctica resulta que dos de tres terroristas del puente de Londres estaban fichados, localizados y técnicamente vigilados por los robots policiales. Y sin embargo, atentaron. Es más, la compleja maquinaria informática que está manejando el asunto no es capaz de encontrar a un muchacho español desaparecido a raíz del terrible suceso. Algo que los maderos de la época de nuestros bisabuelos conseguían a base de lápiz y bloc de notas, ahora va a requerir por lo menos cuarenta y ocho horas más de funcionamiento de sofisticados algoritmos.
En cuanto a la Hacienda española, sin pretender poner el dedo en la llaga de su presumida eficiencia, resulta que se encuentra al borde del colapso según anuncian sus propios directores. La jubilación de una generación de inspectores educados en el uso del bolígrafo y la calculadora de bolsillo está poniendo en un brete a las nuevas levas, cuya experiencia práctica se reduce por lo general a la consulta de los tutoriales, y aún.
Las memorias RAM son infinitamente superiores a las memorias humanas individuales, pero no son capaces de averiguar dónde me dejé las gafas esta mañana a la hora del desayuno. No es un argumento, es una metáfora. El argumento lo conozco desde la experiencia de mis últimos años de trabajo editorial, cuando los veteranos freelance nos veíamos solicitados por parte de las grandes firmas debido al hecho de que nuestras habilidades técnicas (skills, las llaman los sajones) se remontaban al periodo anterior a la glaciación que derivó en la masiva invasión de las pantallas. Nosotros/as éramos capaces de resolver pegas que no aparecían en los protocolos ni en las herramientas de google. Y aunque el empresariado creía firmemente en la vía del progreso derivado de la conjunción de la tecnología punta con el empleo precario y mal remunerado, no desdeñaba la utilización en passant de los servicios puntuales del estamento ya claudicante que llamaban de “los sabios”, es decir las personas que extraíamos de la experiencia vivida conocimientos insospechados de los intríngulis íntimos de la profesión.
Si bien se mira, se trata de un problema de formación. Pero ahora la formación se concibe como un periodo de aprendizaje reducido al manejo de los terminales de los ordenadores conectados en red. Se desdeña, no solo una formación humanística que “no sirve para nada” en el mundo de hoy, sino incluso la formación teórica y práctica en cualquier materia no relacionada directamente con el imperio de los algoritmos.
El resultado de esa política está poniendo en aprietos tanto a la policía británica como a la Inspección de Hacienda española. Es un dato, y quienquiera que tenga mando en el asunto debería sacar las consecuencias pertinentes.