La actualidad nos
ofrece dos botones de muestra que indican errores de bulto en la marcha hacia
un Mundo Futuro 4.0 que garantizaría una eficiencia mayor de todos los
engranajes sociales, al servicio de un bienestar inédito para los ciudadanos.
El axioma de
partida en el que se basan los sonámbulos del Nuevo Mundo Feliz es que la
inteligencia artificial supera con creces a la humana, y que los robots pueden
hacerse cargo con mayor solvencia de los asuntos que antes se despachaban, bien a
fuerza de brazos, o bien mediante la gestión altamente imperfecta de funcionarios
provistos de manguitos a fin de no ensuciarse la camisa con la tinta de los
tampones.
Desde este punto de
vista, de una lógica aparentemente impecable, la policía británica ha reducido
sus efectivos en 20.000 agentes en los últimos años, a cambio de una inversión
milmillonaria en Big Data. De forma parecida, el parque de inspectores de la
Hacienda pública española ha descendido en 4.000 unidades, a los que van a
sumarse en torno a 700 jubilaciones de altos funcionarios entre este año y el
próximo. Funcionarios innecesarios, se dice, puesto que ahora es ya prácticamente
imposible que se cuelen camellos por los ojos de las agujas de la institución.
Esa es la teoría.
En la práctica resulta que dos de tres terroristas del puente de Londres
estaban fichados, localizados y técnicamente vigilados por los robots
policiales. Y sin embargo, atentaron. Es más, la compleja maquinaria
informática que está manejando el asunto no es capaz de encontrar a un muchacho
español desaparecido a raíz del terrible suceso. Algo que los maderos de la
época de nuestros bisabuelos conseguían a base de lápiz y bloc de notas, ahora
va a requerir por lo menos cuarenta y ocho horas más de funcionamiento de
sofisticados algoritmos.
En cuanto a la
Hacienda española, sin pretender poner el dedo en la llaga de su presumida
eficiencia, resulta que se encuentra al borde del colapso según anuncian sus propios
directores. La jubilación de una generación de inspectores educados en el uso
del bolígrafo y la calculadora de bolsillo está poniendo en un brete a las
nuevas levas, cuya experiencia práctica se reduce por lo general a la consulta
de los tutoriales, y aún.
Las memorias RAM
son infinitamente superiores a las memorias humanas individuales, pero no son
capaces de averiguar dónde me dejé las gafas esta mañana a la hora del desayuno.
No es un argumento, es una metáfora. El argumento lo conozco desde la
experiencia de mis últimos años de trabajo editorial, cuando los veteranos freelance nos veíamos solicitados por
parte de las grandes firmas debido al hecho de que nuestras habilidades
técnicas (skills, las llaman los
sajones) se remontaban al periodo anterior a la glaciación que derivó en la masiva
invasión de las pantallas. Nosotros/as éramos capaces de resolver pegas que no aparecían
en los protocolos ni en las herramientas de google. Y aunque el empresariado
creía firmemente en la vía del progreso derivado de la conjunción de la
tecnología punta con el empleo precario y mal remunerado, no desdeñaba la
utilización en passant de los
servicios puntuales del estamento ya claudicante que llamaban de “los sabios”, es
decir las personas que extraíamos de la experiencia vivida conocimientos
insospechados de los intríngulis íntimos de la profesión.
Si bien se mira, se
trata de un problema de formación. Pero ahora la formación se concibe como un
periodo de aprendizaje reducido al manejo de los terminales de los ordenadores
conectados en red. Se desdeña, no solo una formación humanística que “no sirve
para nada” en el mundo de hoy, sino incluso la formación teórica y práctica en cualquier
materia no relacionada directamente con el imperio de los algoritmos.
El resultado de esa
política está poniendo en aprietos tanto a la policía británica como a la
Inspección de Hacienda española. Es un dato, y quienquiera que tenga mando en
el asunto debería sacar las consecuencias pertinentes.