Karen Armstrong ha
sido galardonada con el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2017.
Es una gran noticia, y al mismo tiempo una gran sorpresa, dadas las coordenadas
ideológicas del país en el que nos ha tocado en suerte vivir. No consigo
adivinar si el premio ha sido adjudicado a plena conciencia, o si en el fondo
del mismo subyace un malentendido. Las reseñas de la prensa son cortas, recogen
los datos mínimos accesibles en la red sobre la personalidad de esta biógrafa
de Dios, a la que en alguna ocasión se califica impropiamente de “teóloga”, por
más que es una experta en teologías. Lo evidente es que quienes han redactado
las notas de prensa no han leído a Armstrong, ni tienen una idea clara de lo
que tratan sus libros.
Un libro reciente
(que no conozco), Campos de sangre, puede
haber tenido una influencia decisiva en la decisión del jurado. En él se
estudian, al parecer, las posibles raíces religiosas del fenómeno muy actual
del terrorismo, y se exculpa a la religión (¡claro!) de las responsabilidades
últimas por esa lacra social, además de insistirse en los aspectos positivos de
la religión como conformadora de consenso.
“De la religión”,
he escrito en la línea anterior. De cualquier religión, o por lo menos de cualquier religión seria,
y no específicamente de una de ellas; y ahí le duele, seguramente, a la
concepción monolítica de la “única religión verdadera” que exhiben nuestros
roucos y nuestros cañizares.
Dios existe, dice
Armstrong; pero en este mundo. Dios es una creación del hombre, y por eso cada
grupo humano lo concibe de una manera distinta, a su propia imagen y semejanza.
Dios reconoce a los suyos y los protege, según una convención antigua de
siglos; pero es más exacto dar la vuelta a la frase, como hizo Marx con la
filosofía de Hegel, y afirmar que cada uno de los distintos grupos humanos
reconoce y protege a "su" Dios.
Leí con una intensa
fascinación Una historia de Dios (Paidós),
recorrido por 4000 años de religiones monoteístas, y alcancé a comprender – a buen
seguro, imperfectamente – la importancia cabal de Dios en la vida de los
hombres. No cabe descartarlo como un cero a la izquierda, o como una casilla
vacía. No vale abstraerlo, ni reducirlo. Existe porque está implícito en un
impulso trascendente que es propio y característico de las personas humanas. En
términos gramscianos, Dios es un creador de hegemonía. No se puede descartar
sin más con el argumento de que es una simple superestructura y lo único que
importa es la base material del mundo. Tampoco es una buena idea prescindir de
Dios al modo de los ideólogos del neoliberalismo, que reducen las sociedades humanas
a individuos aislados y regidos por el egoísmo, a los que es posible dirigir
hacia sus metas económicas naturales por medio de algoritmos.
Dios es importante en el mundo.
Palabra de Karen Armstrong.