lunes, 5 de junio de 2017

DEMASIADA TOLERANCIA


La primera ministra del Reino Unido, la conservadora Theresa May, ha declarado después del ataque terrorista del puente de Londres que, en su opinión, existe en el país “demasiada tolerancia con el extremismo”.
No parece que tenga razón, a primera vista; pero tampoco cabe excluir que detrás de una frase tan sencilla pueda estar latente una implicación peligrosa. En efecto, ella no ha dicho que exista una tolerancia excesiva hacia el terrorismo, en cuyo caso todos le habríamos llevado la contraria. Tolerancia cero, rechazo absoluto. Pero ella ha dicho “extremismo”. A simple vista parece que estamos hablando de lo mismo, pero puede que no sea así. Ya su antecesor David Cameron había presentado un proyecto para endurecer la vigilancia policial sobre el “extremismo no violento”, considerándolo el caldo de cultivo de la violencia.
Ahora bien, ¿cómo tratar jurídica y penalmente semejante figura delictiva, en un estado de derecho? Incluso la apología del terrorismo, motivo de algunos abusos judiciales sonados en nuestro país, presenta una base material más o menos circunscribible; pero ¿de qué se acusa a una persona cuándo se la acusa de tener una ideología extremista no violenta? ¿En qué punto de la línea, la libertad de pensamiento y de expresión da repentinamente paso al delito antisocial? Lo cierto es que la idea de Cameron quedó archivada.
Pero May insiste en que se trata de eliminar los “espacios seguros” que la “malvada ideología islamista” necesita para desarrollarse, tanto en Internet como en el “mundo real”. Disculpen, eso se parece demasiado a un juicio de intenciones y a una “intolerancia excesiva” con extremismos de muy diferentes naturalezas y situados a muy distintas brazas de profundidad. Cuando May habla de entregar a la policía “todos los poderes que necesita”, está rebasando un tope protector de los equilibrios existentes en una sociedad amplísimamente diversificada.
Una de las mejores definiciones de la democracia, debida a no recuerdo quién, es la que dice que se trata de un régimen en el que, cuando alguien llama a tu puerta de madrugada, solo puede tratarse del lechero.
Hace mucho que la definición se ha hecho inservible. La policía tiende a usar los poderes que recibe del gobierno para reprimir con dureza cualquier tipo de desorden ciudadano, en particular, pero no únicamente, en la calle y protagonizado por trabajadores que protestan. El término de Ley Mordaza no se ha inventado en España, es una importación procedente de las Islas Británicas. En su libro sobre el “Establishment”, capítulo 4 (“Las fuerzas del orden”), Owen Jones nos ha dejado pistas muy precisas de cuál es la mentalidad general y cuál la forma de proceder de los antaño imperturbables bobbies. Muchas de las historias que nos cuenta se sitúan en la época en que May era ministra del Interior en el gabinete Cameron. Jones nos presenta, por ejemplo, a Yohanes Scarlett, veintiún años, a punto de acabar una licenciatura universitaria y con un gran porvenir en el periodismo a juzgar por el talento que ha demostrado ya. Pero el color de su piel es equivocado, en un país en el que la tez descolorida y enfermiza de la señora May ha devenido en indicio de la respetabilidad máxima. Yohanes es hijo de inmigrantes jamaicanos, fue registrado en la calle por primera vez cuando tenía doce años, y desde entonces calcula que lo habrán parado unas cincuenta veces en total, más o menos una vez cada dos meses.
Me gustaría saber algo más acerca de lo que tiene May en la cabeza cuando habla de eliminar los “espacios seguros” para el extremismo en el “mundo real”. No siento en mi interior el menor atisbo de tolerancia frente al terrorismo, pero tampoco estoy seguro de estar de acuerdo con ella.