Alfonso Guerra solo
observa en la España de hoy pervivencia del franquismo en los dirigentes
nacionalistas catalanes. Ni harto de vino se lo cree, y harto de vino debe de
estar, no es que yo ponga en duda la cantidad y la calidad de sus libaciones.
Escuche, en su cuenta no están todos los que son. Escuche, usted es con perdón el
clásico patoso de barra de bar, siniestro, balbuceante, faltón sin motivo con
el resto de la parroquia. Escuche, no sé quién se considera usted que es, ni
por qué viene a deshora a darnos la vara.
El único reproche de
Guerra al actual gobierno de la nación es que no haya aplicado todavía el
artículo 155 de la Constitución a la autonomía catalana. La tiene tomada con
nosotros, el dómine Guerra. Se ríe de la formulación “España, nación de
naciones”, que acaba de ser postulada en el Congreso de su propio partido (si
no nos equivocamos en cuanto a cuál es su partido actual, igual hay sorpresas
por ese lado). “Eso es una bobería”, dice. “¿Cuántas naciones? Nadie contesta. ¿Hay
que incluir entre ellas a los cartageneros?”
No se acuerda
seguramente don Alfonso de la última vez que un colega suyo se dedicó a pasar
el rodillo de la apisonadora por una nación de naciones. El fulano se llamaba Slobodan
Milosevic, y la nación de naciones, Yugoslavia. Al final de la curiosa
operación, se echó la cuenta y salieron más naciones de las que algunos contaban:
los montenegrinos, los macedonios, los kosovares. Fue un éxito aquel 155. La próxima
vez que don Alfonso venga por aquí descorcharemos una botella de algún vino de su
gusto (no será catalán, seguro; que sea de Cartagena, entonces) para brindar
por la unidad sagrada de Yugoslavia, por la intocable Constitución yugoslava,
por la bienaventurada convivencia pacífica de los yugoslavos.
No pretendo afirmar
que las cosas puedan acabar aquí de la misma forma que acabaron allá, pero
desde la modestia que siempre me ha caracterizado, me atrevo a echarles un pulso
a don Alfonso “pasao” de copas y a sus amigos del gobierno, que no son –
evidentemente – franquistas.
Adelante, vayamos
todos franquistamente, y yo el primero, por la senda del 155. Disciplina inglesa, gato de nueve colas, esto es lo que hay y aquí nadie rechista. Y al final del
camino, contemos las naciones de la antigua España que nos salen al retortero.
Seguro que son más de las que piensan nuestros próceres eternos, acostumbrados
a calentar sus culos pelados en las muelles butacas del Congreso de la nación durante
interminables legislaturas sucesivas. Seguro que el rosario de la aurora
palidece al lado del festín de unanimidades que se forma. Y seguro que don
Alfonso Guerra acaba una noche loca en la situación de aquel gallo de Morón que,
perdidas todas las plumas, aún seguía cacareando.