Hoy, martes y trece,
se debate en las cortes de la capital la moción de censura del PP y el PSOE contra
Podemos. El ambiente es de regocijo contenido, para que no parezca que no nos
lo estamos tomando en serio. Mariano Rajoy, enrabietado por la sentencia del Constitucional
(tu quoque!) que ha descalificado la inteligente amnistía fiscal cocinada por Montoro
(Cristóbal, sé fuerte), se pone finalmente el traje de luces y se ha apretado
bien los machos, en contra de su primera intención de ausentarse del hemiciclo
y ver los toros desde la barrera de plasma. Sensación, pues, porque el equipo
favorito sale con su alineación de gala. No se esperan grandes
descalificativos, porque lo de pederastas y narcotraficantes ya quedó dicho la
semana pasada. Habida cuenta de la preferencia de Mariano por el regate en
corto y el tiquitaca, son más de esperar epítetos tales como “insolventes” e “insensatos”.
Iglesias morderá previsiblemente el polvo, que para eso los habituales peones de brega le
han aliñado ya unos sondeos que lo sitúan a la baja. Lo que no va a poder
evitar Ábalos, el hombre al que Pedro Sánchez ha encomendado la función de
explicar la abstención del grupo parlamentario del PSOE, va a ser quedar
retratado junto a los vencedores del pulso. Sánchez confía en que tal
circunstancia no le pasará factura en la difícil navegación que le aguarda
durante el resto de la legislatura. Quizá – lo digo sin ningún retintín – sea demasiado
esperar. La mayoría del parlamento no es la misma que la mayoría de la calle. Y las derrotas parlamentarias influyen poco en un pueblo acostumbrado a apelar al general No Importa desde que los grognards de Napoleón le daban un revolcón tras otro en los campos de batalla.
Un asunto tan lejano
a nuestro ensimismamiento idiosincrásico no ha despertado grandes pasiones en
Catalunya. Ha habido, con todo, un movimiento interesante. Carles Puigdemont
llegó a ofrecer a Podemos su voto a favor, basado en cálculos basados al ciento
por ciento en una nueva “realpolítica” y en consideraciones de oportunidad
relativas a la cuestión central del procès
y de sus difíciles avatares. Pero los diputados de la Minoría Catalana se le han subido de
inmediato a la parra. Ni hablar. No con Podemos. Bastante tienen que tragar en
campo propio por cuenta de las CUP, para alinearse como visitantes en la misma trinchera
de los Domenech y otros innombrables.
De nuevo, la
“contradicción principal” (así la llamábamos en mi juventud, ahora la mención aparece
como un lenguaje retorcido, obsoleto y a todas luces incomprensible) aflora por
debajo de la contradicción secundaria que con esfuerzo ímprobo se pretende
situar delante de las bambalinas del escenario. Es tot un poble el que reclama un lugar al sol para Catalunya, sí,
pero en ese poble aún hay clases, y
no se permitirá de rositas que quienes ocupan los escalones inferiores se desmanden
y pretendan aparecer en plano de igualdad con quienes, por nacimiento y bienes
de fortuna, están llamados a ocupar los palcos preferentes en el nuevo orden
republicano y soberano que se albira en la lontananza.
Enric Juliana, agudo
analista, comenta la jugada en lavanguardia. Y deja a la remanguillé la siguiente advertencia: «En la
política catalana, no todo es lo que parece, ni todo es lo que se proclama.»