La crisis de la
política acentúa la descohesión social, y esta a su vez retroalimenta el
descrédito de las instituciones políticas.
Recuerdo aún la
época en la que se consideraba que la política debía tener la primacía frente a
las reivindicaciones sociales, porque el bien común exigía dar preferencia a lo
general frente a lo particular. Estábamos en un mundo bipolar, y los arsenales
de armas atómicas almacenados en los silos subterráneos de las superpotencias
imponían un cuidado extremo en toda negociación, o iniciativa diplomática, o en
la gestión en los niveles internacionales de las pequeñas guerras olvidadas en
rincones remotos del globo.
Hoy estamos
globalizados, y tiende a producirse el fenómeno inverso. Nadie atiende ya a los
grandes movimientos, todos se afanan por dar soluciones precarias y
cortoplacistas a conflictos sin trascendencia, y la política, sin recorrido en
un mundo en el que todas las grandes soluciones aparecen ya como dadas y
bendecidas («No Hay Alternativa»), no solo ha perdido su primogenitura sino que
se ha convertido en la Ilustre Fregona de las reivindicaciones particulares.
Con la crisis de la
política reflorecen los corporativismos. El Orden, con mayúscula, vuelve a ser
un valor cotizado. Goethe, un facha como lo calificaría la deslenguada Ada Colau,
afirmó en su día preferir la Injusticia al Desorden. Hoy ese punto de vista
vuelve a tener vigencia, si bien desde una perspectiva más comprensiva y novedosa. A fin de cuentas, se preguntan nuestras elites contemporáneas, ¿por qué preferir la injusticia al desorden, cuando está accesible en el mercado el pack completo?
Lo cierto es que en
tiempos de desorden como son los actuales florecen con más pujanza las
injusticias; incluidas injusticias menores, gratuitas por así decirlo, que no
expresan ─por poner un ejemplo reciente─ nada más allá de una añoranza rancia
por otros tiempos en los que, al decir del obispo Munilla, el diablo aún no se
había instalado en los cuerpos de las muchachas en flor.
No obstante, las asociaciones
de jueces, incluidas las progresistas, han cerrado filas con la Audiencia de
Pamplona, incluido, y mira que era difícil, el voto particular emitido por uno
de sus magistrados.
La expresión estamental
de respeto al orden, al trámite previsto de decisiones y recursos judiciales establecido
en las leyes y en los reglamentos correspondientes, no debería, sin embargo,
sobreponerse al clamor por la injusticia manifiesta. Además de promover con
vehemencia el Orden, las asociaciones de jueces, por lo menos las progresistas,
deberían insistir en la cuestión de la Justicia. Porque está claro que, una
vez restablecido a conveniencia el primero, la segunda no viene dada por
añadidura.