Todo el secreto
consiste en que, cuando la realidad fetén, la “tozuda” realidad como la llamaba
Marx, no acaba de gustarle, el poder (¿sería más adecuado ponerlo en mayúscula:
el Poder?) levanta para su uso particular otra realidad paralela. Con paciencia
y pulso, pieza a pieza, como los castillos de naipes. “Imaginación al poder”, escribían
los estudiantes en los muros del 68. Pero esto es muy distinto: es la
imaginación utilizada desde el poder para dar a la realidad el sesgo que le
conviene.
Tenemos tres
ejemplos a la vista. Dos en España y uno en Brasil. Dos en sede judicial y uno
en sede administrativa. El juicio a Lula, el proceso al procés y la manipulación apresurada de un máster para Cifuentes.
Los jueces brasileños
inventaron el delito y las pruebas de la corrupción de Lula, fabricaron un
juicio ex profeso y ahora lo van a meter en la cárcel. Lula estaba en
condiciones de ganar holgadamente unas elecciones generales que forzosamente tenían
que convocarse con los requisitos democráticos prescritos y las garantías al
uso; de modo que era urgente sacarlo del carril. Por lo civil o por lo
criminal, expresado en la jerga de los comentaristas deportivos. Ha sido por lo
criminal. Seguía el ex candidato condenado recorriendo con su caravana de
seguidores los pueblos y dando mítines, y en un lugar fue recibido a tiros. Eso
da mala prensa al poder, no puede repetirse y la solución es que Lula entre de
una vez en la cárcel real como reo de un delito imaginario.
También el juez
Llarena, “juez campeador” como lo define certeramente José Luis López Bulla, ha
hecho uso de la imaginación. Como Don Quijote, se ha tomado en serio el
retablillo montado para entretenimiento del personal por el Maese Pedro de
turno, lo ha calificado de “rebelión” perseguible mediante euroorden, y ha
arremetido espada flamígera en mano contra los títeres. Hay una intención
también detrás de sus maniobras, un objeto oscuro del deseo: borrar del mapa el movimiento
independentista. El caso es que el independentismo sí existe en la realidad
banal; que tiene un apoyo cuantificado, que cuenta con órganos y portavoces,
que actúa desde un poder (este necesariamente con minúscula) capaz como
cualquier otro de inventarse un relato adecuado a sus fines. El choque de
trenes de las dos imaginaciones contrapuestas está dejando la realidad banal
hecha unos zorros. Como ocurre en Kenya, ha aparecido en Cataluña un Rift Valley de cientos de kilómetros de
longitud, y cualquier nuevo movimiento telúrico agranda y ahonda la brecha. Eso
al poder (a los poderes contrapuestos) no le importa. Desde ambas trincheras se
especula con que la brecha desaparecerá mediante la aplicación de unos
documentos bien conformados, signados y sellados, que especifiquen por un lado
que lo que hay es una rebelión violenta; del otro, que se trata de un ejercicio
inocuo de libertad de expresión.
La tragedia se reproduce
en clave de farsa en el caso del máster realizado por Cifuentes con todos los
requisitos legales pero fuera de plazo, sin comparecencia presencial y con las
firmas de los directores y vocales falsificadas. Todo a mayor gloria de una
lideresa deseosa de saltar de una delegación del gobierno al gobierno directo
de una autonomía.
Veremos cómo acaba
la historia. La primera reacción del PP, congregado en Sevilla para unos
ejercicios espirituales, ha sido cerrar filas. Cospedal ha sido muy explícita:
no va a dejar que la realidad le arruine un buen relato. Eme Punto también se
ha manifestado, pero distraído, como pensando en otra cosa. Lo suyo, dada su condición de
gallego, es templar gaitas. Veremos por cuánto tiempo, dado que el liderazgo de
Cifuentes es tan solo una variable dependiente de otros liderazgos colocados al
presente al albur de un voto popular bastante errático y no poco escamado.
Cifuentes, como
Llarena, como Puigdemont y como Michael Temer, el atribulado presidente de
Brasil, recita mientras tanto el mantra que puso en circulación hace ya algunos
años Terenci Moix: «No digas que fue un sueño.»