El titular del blog
de aquí al lado juega con la idea, alentada por algunos medios sensacionalistas
como reclamo para ganar audiencia, de que el mundo podría acabarse hoy. Vistas
las cosas con fría objetividad, por un lado sería una lástima, dado que un fin
del mundo tan repentino arruinaría sin remedio la Diada de Sant Jordi de mañana, que es
un festejo muy bonito y tradicional en Cataluña; pero por otro lado, sería una
digna culminación de la final de la Copa de fútbol que presenciamos ayer noche.
Algún antiguo, cuyo
nombre no estoy en condiciones de facilitar, dijo lo de «Ver Nápoles y después
morir.» Otros, emperezados con las incomodidades de un viaje a Nápoles como
condición ineludible para un final tan adocenado por expresar la idea sin
remilgos, preferiríamos algo más sencillo y casolano. Juan Ignacio Valdivieso
habría sentenciado: «Lo veo y no lo veo.» Por mi parte, avanzo la modesta proposición
siguiente: Ver primero a Iniesta, y luego morir.
Anoche, a la altura
del minuto 52 del partido final de la Copa, y ya con amplia ventaja del Barça
en el marcador, una larga serie de diabluras en la frontal del área sevillista
finalizó con una asistencia de Messi a Iniesta, el cual estaba escorado hacia
la derecha, que no es su lado. Iniesta engañó a Soria, el portero rival, con
ese jugueteo de la pelota de un pie a otro que ha sido bautizado en la jerga
profesional con el nombre de “croqueta”, y luego alojó el balón en la red por
el rinconcito, besando el poste debido a la falta de ángulo.
Fue un detalle
delicioso, solo apto para gourmets auténticos. En cuestión de goles, suele
disfrutarse más la cantidad que la calidad. Y puestos a elegir lo segundo, el
aficionado común prefiere los zambombazos desde fuera del área o las
acrobáticas chilenas. Iniesta tiene otro estilo, y lo que hizo no es fácil. El
delantero puesto en una tesitura similar, con todo el estadio en un grito y la
defensa contraria preparada para el hachazo al agresor furtivo, se siente por
regla general atrapado por el pánico escénico y dispara al muñeco sin pensar
dos veces. Luego, si sale con barba San José, y si no, la Purísima.
Pero Iniesta
recibió el recado de Messi en la misma disposición en que Adán recibe la
Creación de manos de Dios, en lo más alto de la capilla Sixtina. Y como
inspirado por Dios, se recreó en aquel floreo inesperado durante una fracción
de segundo excelsa, antes de introducir el balón por el único hueco posible.
Si algo no puedo soportar
de Dios (dicho quede entre nosotros y sin ánimo alguno de faltarLe, no me vaya
a suceder lo que a Willi Toledo), es esa puta manía que tiene de escribir
derecho con renglones torcidos, algo que nos ha proporcionado incontables
disgustos a las gentes sencillas que no tenemos espíritu jesuita. Dios ha sido muy
sobrevalorado por la larga tradición cultural monoteísta, eso es algo
indiscutible.
Pero habida cuenta
de que el último pase en la ocasión a que me vengo refiriendo fue de Messidiós,
caben pocas dudas de que la croqueta decisiva debió de tener una inspiración
divina, es decir, situada más allá de la contingencia de este pedazo de barro
que llamamos mundo.
Tomen ustedes nota.
Porque si luego viene de veras el fin del mundo, será un fastidio, sí, pero ya
lo habremos visto todo.