“Si la Unión
Europea no sirve ni para esto, es que no sirve para nada”, ha dicho sobre poco
más o menos Esteban González Pons en Sevilla en una charla a alumnos del
Erasmus. Se refería el portavoz del grupo popular en el Parlamento europeo a la
negativa de un tribunal alemán a aceptar la imaginativa propuesta del juez
Llarena de considerar violencia de alto voltaje la actitud de las abuelas
arrastradas por los pelos por la policía nacional y la guardia civil en los
vestíbulos de los institutos catalanes de enseñanza media donde se habían
colocado las urnas ilegítimas para la consulta o referéndum del 1-O. El secesionismo, no la fuerza pública, sería el culpable último de tanta desmesura; "violencia pasiva", se llamaría a la nueva figura penal.
El PP sigue
teniendo aún, después de tantos siglos, una concepción feudal de las alianzas. Rajoy
no acaba de creer lo que ven sus ojos. Después de tantas ceremonias del homenaje, tantos pactos de sangre, tantas zalemas en una palabra, a Ángela Merkel, el cuerpo
le pedía en este momento apoyo moral para un auto de fe con herejes encapirotados ardiendo en hogueras.
Sin embargo, el mensaje que le llega desde allende los Pirineos es que el conflicto
catalán debe ser resuelto a partir de otros enfoques, y conforme a normas legales más compasivas y menos excluyentes. Katarina Barley, ministra
alemana de Justicia, ha llegado a insinuar que Carles Puigdemont podría no ser
extraditado ni siquiera por el delito menor de malversación; insinuación que ha
provocado en su colega español Alfonso Dastis la misma reacción que cuando el
árbitro deja de castigar la mano en el área de un defensa rival. ¡No hay derecho,
árbitro vendido!
El gobierno español
pretendía ganar este partido por goleada. Necesita un baño de autoestima, en un
momento difícil porque Ciudadanos – que le acusa de flojo en el tema catalán –
está tomando una ventaja apreciable por el carril derecho, y Podemos ha
progresado por el izquierdo hasta situarse casi a su altura. Y entonces, de
pronto, le falla la conexión Merkel, a la que lo había fiado todo para un
último golpe de teatro en la recta final de las elecciones municipales y
autonómicas.
Hay quien ya sueña despierto
en represalias. Federico Jiménez Losantos, siempre sutil y ponderado, ha
señalado que las cervecerías alemanas podrían ser objeto de atentados. Es sin
duda un paso en la buena dirección: seguro que la cancillera rectifica su
negativa obcecada, ante la gravedad de la amenaza contra los intereses
nacionales.
Las represalias
contra los rebeldes catalanes se centrarían, por otra parte, no en el sector de
la hostelería sino en el deportivo. Hay dos iniciativas que están quitando el
sueño a los hinchas del Barça, equipo que lleva hasta el momento una temporada deportiva
impecable. De un lado Javier Tebas, el baranda de la Liga, persona no ligada
directamente al gobierno del PP pero sí a Fuerza Nueva, anuncia que podría
suspenderse la final de la Copa del Rey (FC Barcelona-Sevilla) en el caso de que los
espectadores piten el himno nacional.
Por el mismo tenor
viene la advertencia de Zinedine Zidane, entrenador del Real Madrid. En el caso
muy probable de que el Barça haya acumulado ya los puntos suficientes para
ganar el título de Liga cuando el Madrid visite el Nou Camp, el equipo blanco
no hará el tradicional pasillo a los campeones en el momento de la salida al
campo.
Esas dos medidas
ejemplares sin duda van a fastidiar muchísimo a los catalanes.