Tomo pie para mi
zambullida de hoy en un artículo de Carlos Yárnoz en elpais. Su título: «Los movimientos sustituyen a los partidos.»
No es solo una afirmación cuestionable, sino además cuestionada en el cuerpo
del artículo. Volveré sobre ello. Antes me voy a detener en el subtitular: «Las organizaciones políticas clásicas
pierden peso por su incapacidad para enfrentarse al nacionalismo, el terrorismo
o las migraciones.» La causa y la consecuencia están mal engarzadas en esta
afirmación. Sería más exacto decir que la pérdida de peso (previa) de las organizaciones
políticas clásicas las incapacita para enfrentarse, etcétera.
Hace muchos años
que las organizaciones políticas “clásicas” languidecen. Aquellos partidos de
masas de la izquierda tenían sus bases en una clase obrera relativamente
homogénea y solidaria, reunida durante muchas horas al día en el ámbito de la
fábrica. Su función insustituible era entonces la interlocución, a partir de la
fábrica, con el mundo de las instituciones del Estado providencia. Todo el
sistema descansaba en la premisa de la regulación ordenada de las conductas
sociales en un cuadro institucional más o menos marcado por la empatía, de
forma que quedaran garantizadas en lo posible la redistribución de la riqueza
generada entre sus diversas fuentes de contribución, y la igualdad de
oportunidades para todos en una sociedad inclusiva (dicho de otro modo, el
funcionamiento libre de trabas del ascensor social).
Los partidos
políticos clásicos perdieron pie a partir del doble fenómeno, promovido
inicialmente por las elites financieras y la derecha, pero secundado luego
asimismo desde posiciones nominalmente de izquierda (“terceras vías”), de la
fragmentación del mercado de trabajo y la desregulación paralela de las reglas
del juego, lo que transformó el antiguo Estado del bienestar en una institución
autista, absorta únicamente en su laberinto particular (la deuda ingobernable,
los rescates imprescindibles a entidades bancarias, el horror paralizador a las
partidas deficitarias de los presupuestos).
La fortaleza amurallada
del Estado, bien rodeada en todo su perímetro por un ancho foso con cocodrilos,
ha recogido los puentes levadizos que antes estaban tendidos. Las tres
calamidades que anuncia Yárnoz son reducibles a una sola: el repliegue del
Estado post-benefactor sobre sí mismo (nacionalismo), conduce al aseguramiento
de las fronteras (rechazo a los migrantes) y al pago de un precio de sangre por
las desigualdades abismales que se han generado (terrorismo). Un precio, debe
añadirse, que los Estados siguen considerando barato cuando lo confrontan con
otras alternativas teóricamente a su alcance.
La dialéctica entre
partidos y movimientos no es reducible a estos problemas. Los movimientos no
son ningún dique frente al nacionalismo, el terrorismo y el flujo migratorio; solo
ejercen una función de interlocución puntual y limitada a un problema o grupo
de problemas; no influyen continuadamente en la dinámica legislativa de los
parlamentos sino que se comportan como formas ocasionales de lobbying; y en
definitiva, por su misma naturaleza, no tienen capacidad para llevar adelante
iniciativas políticas a medio y largo plazo.
No pueden
sustituir, por tanto, a los partidos políticos. Pero los partidos, a su vez,
están en la ruina ideológica y organizativa, y necesitan de nuevas ideas y
nuevos métodos para volver a ejercer su función natural aglutinadora y
finalista.
Ha concluido el
ciclo vital de los partidos construidos sobre la jerarquía, con las vacas
sagradas indiscutibles dictando consignas desde su sanedrín. La alternativa hoy
debe ser la misma que prevalece en el actual escalón tecnológico para la
producción material de bienes y de servicios: organización en red,
flexibilidad, capacidad de respuesta rápida, y fiabilidad máxima.
Una solución
verosímil es la configuración en tándem de un partido que actúe como “centro”
de impulsos y de relaciones, y de una plataforma movimientista, más o menos
autónoma y más o menos laxamente coordinada con el partido-centro y con el
grupo parlamentario que debe plasmar las iniciativas sociales en propuestas de
legislación general.
No estoy hablando
de una estructura virtual situada en el mundo vagoroso de los futuribles, sino
de algo que está ya en funcionamiento, en fase de experimentación práctica. Es
el caso de la plataforma ‘Momentum’ en relación con el partido laborista
británico liderado por Jeremy Corbyn. Pueden encontrar ustedes información al
respecto en un trabajo de Miguel Martínez Lucio publicado en el último número
de Pasos a la Izquierda: ver http://pasosalaizquierda.com/?p=3739.
Es un tema para
tomarlo en serio. El futuro de los partidos políticos, y más en general de la
izquierda en las sociedades avanzadas, puede estar ahí.