Anda buscando el
ministro Montoro quien le compre los Presupuestos de este año, y no hay modo.
Igual que la falsa moneda, pasan de mano en mano y ninguno se los queda. Con la
excepción de Albert Rivera, claro, a quien se le ponen, cada día más, ojos de
ventanilla de caja registradora, contando los votos que va a rentarle el vía
crucis errático del gobierno de un Mariano Rajoy que acumula los desprestigios
por capazos.
Pero los votos de
Ciudadanos no bastan en este caso. Al PNV le gustaría apoyar, porque Montoro le ha doblado
las ventajas fiscales; pero Urkullu teme una rebelión de las bases si da cuartelillo a un Rajoy groggy y deja en cambio a Catalunya como está, abierta en
canal.
¿Qué más puede
hacer nuestro particular Gran Timonel con Catalunya? Anda investigando quién es
el que financia la querella del Parlament contra el juez Llarena, y acabará por
encontrarlo, pero no hay indicios de que eso vaya a aliviarlo en lo más mínimo.
Empapelar a más sediciosos/as y conseguir la extradición de los fugados/as no
le dará más votos a él. Puede que se los dé a Rivera, y está por ver; pero seguro
que a él, no. Hay un hartazgo de judicialización entre la ciudadanía. Puestos a
mirar con lupa las malversaciones en curso o en potencia, nos gustaría saber
cuánto nos está costando a los españoles todo ese trasiego de guardias civiles
y policías nacionales registrando sedes en busca de urnas escondidas y de facturas
impagadas imaginarias.
Nos está costando mucho,
sin duda, a juzgar por el hecho de que los Presupuestos, para los que Montoro
mendiga una limosnita parlamentaria, no contemplan políticas de empleo, ni subidas
significativas de las pensiones (se subirán más adelante si la economía sigue
mejorando, dice el gobierno; la factura de la luz, por su parte, bajará si
llueve un poco más, aunque el Ebro está que se sale), ni mejoran las ratios de
investigación más desarrollo. No ofrecen, en una palabra, ninguna perspectiva
de futuro para esa economía cuya mejora se encomienda a la Virgen de la Cueva,
ni para los índices de bienestar social, que seguirán empeorando un poco más.
El naufragio es tan
considerable que a Rajoy solo le queda en la recámara un último recurso, a
saber: dar a toda su tripulación, por la megafonía del plasma, la orden de
arriar los botes. Pero no lo hará. No solo se está poniendo de perfil, sino
además de perfil numantino.
Cristina Cifuentes,
en una situación no menos apurada en la Comunidad de Madrid, ha dicho que solo
dimitirá si se lo pide Rajoy. Puede que la hayamos entendido mal y lo que haya
querido decir es que solo dimitirá cuando haya dimitido Rajoy. No descartaría
que los dos anden jugando al chicken
game, a ver quién es el último en tirarse en marcha del coche que va
directo al precipicio.
Como en aquella
película de James Dean.