Este es un libro
imprescindible. Lo firman José Babiano, Gutmaro Gómez, Antonio Míguez y Javier
Tébar (Pasado & Presente 2018). El lector encontrará los nombres de los
cuatro en la portada, en las solapas y en la bibliografía adjunta. No en
ninguna parte del texto, porque aquí no hay visiones particulares, ni
interpretaciones personales, ni querellas de escuela. Solo el relato objetivo de
lo que supuso el franquismo en relación con los derechos humanos, elaborado y destilado
a ocho manos. La pormenorización de las pruebas documentales y de los estudios
que avalan la verdad de cada una de las afirmaciones escuetas, desnudas de
retórica, que se explicitan y se acumulan como otros tantos considerandos de un
acta de acusación.
«El franquismo fue
una dictadura larga y poliédrica.» Es la primera frase del primer capítulo, y
en ella se resume el contenido del libro. Nada de interpretaciones bondadosas del
tipo “régimen paternalista autoritario”. Ningún asomo del “con Franco no se
vivía tan mal”. La constatación rigurosamente documentada de la existencia de
un poder omnímodo que invadió todos los campos de la existencia social ─ no
solo la política y la economía sino la religión, la cultura, los comportamientos,
los hábitos, los roles de sexo ─ hasta componer una atmósfera asfixiante.
Un régimen
asfixiante basado en la violencia. Violencia explícita, desde el principio mismo,
una sublevación militar, hasta la última exhalación de la dictadura. El
franquismo fue un régimen de fusilamientos. Nació con la intención totalitaria
y prometeica de crear un hombre y una mujer nuevos en una patria nueva, y el
medio utilizado para ese fin fue el exterminio deliberado de toda diferencia. La
adhesión inquebrantable fue de rigor en la España franquista. No era concebible
otra cosa. Quien no se adhería, había de desaparecer.
Violencia implícita,
además. El acoso a los disidentes y a los diferentes, la jerarquización brutal
de la sociedad, las cárceles y los reformatorios, la reorganización de las
familias “apestadas”, los bebés robados. Toda la recomposición de la geografía
social para abolir la pluralidad y pisotear los derechos individuales y colectivos
desde la lógica totalitaria de la “unidad de destino”.
El franquismo
estuvo en contra del liberalismo, del comunismo, de la socialdemocracia y de
cualquier otra forma de democracia, palabra que utilizó siempre en despectivo,
como cosa “superada”, con la excepción de un engendro teorizado para uso interno,
la “democracia orgánica”, que tenía poco de lo segundo y nada de lo primero.
El franquismo
subsistió gracias a su sometimiento lacayuno a las potencias occidentales, de
las que desconfiaba, y al palio protector de la iglesia nacional-católica, la
mayor terrateniente del país, que lo marcó desde el comienzo mismo con su sello
(la “cruzada”) tanto espiritual como bajamente material. La iglesia fue
cómplice necesaria y coprotagonista en la violación sistémica de los derechos
humanos perpetrada por el régimen franquista a partir de la gran mentira
formulada mediante el lema «Por el imperio hacia Dios», donde ni Dios ni el
imperio eran lo que comúnmente se entiende por tales.
Por todo eso, Verdugos impunes es un libro
imprescindible. Una herramienta. A las generaciones que están llegando les explicará
cómo fue lo que hubo antes. A todos, nos alertará en relación con los ecos, que
aún resuenan por algunos rincones de las covachuelas del Estado, de la antigua
y caduca fanfarria.