Manel García Biel,
un sindicalista por encima de cualquier sospecha de frivolidad, ha titulado su artículo
más reciente “La irrelevancia de la izquierda” (1). «Cuando hay un grave conflicto
territorial, cuando la democracia se devalúa y hay una grave regresión en
cuanto a las libertades colectivas, cuando la desigualdad parece instalada y en
crecimiento, cuando la corrupción corroe al partido que gobierna, cuando las
fuerzas independentistas desafían la legalidad y hacen un pulso al Estado, nos
preguntamos : ¿Dónde está la
izquierda?»
Lo cierto es que
los parlamentos están dando una sensación de aridez extrema. Mientras los
pensionistas – antes las mujeres – se pasean a cuerpo, a la intemperie, en
demanda de atención a sus reivindicaciones imperiosas, no hay eco de tales
aventuras en las cámaras representativas, unas enredadas en querellas
judiciales y otras en votos de censura por másteres imaginarios. Con o sin
máster, Cristina Cifuentes es igualmente tóxica. El hecho de que pueda ser
descabalgada de su prebenda por haber mentido en su currículum viene a
equivaler al caso de Al Capone, al que la Justicia solo consiguió echar mano
por un incumplimiento menor con el fisco.
Seamos justos. No
es que las izquierdas antiguas y nuevas no hagan esfuerzos por sacar adelante
iniciativas y leyes que serían beneficiosas para la ciudadanía; pero tropiezan
con dos eficaces cerrojos puestos en el portal por el Partido Popular. El
primero es el poder de veto gubernamental a todo lo que exceda de unos límites
presupuestarios que, por otra parte, nunca se cumplen. (Y claro, en este terreno
se comprueba rápidamente que todo lo que no mata, engorda… los presupuestos.) El
segundo son las leyes represivas, aprobadas con el respaldo de fuerzas de
izquierda como herramientas del Estado de derecho contra el yihadismo, y que
ahora desbordan el propósito inicial para el que fueron consensuadas y
convierten todo conflicto interno en violencia, terrorismo implícito y delito
de odio.
Las izquierdas
políticas aparecen, así, maniatadas en su acción parlamentaria y confusas en cuanto
a sus proyectos de futuro.
Hay otra izquierda,
sin embargo: la social. A los sindicatos se les ha ninguneado y tildado de
ineficaces, por parte de quienes preconizan un tipo de acción reivindicativa
espontánea, difusa y transversal, convocada a golpe de tuit. La dispersión de
convocantes, prácticas y objetivos ha hecho, sin embargo, refluir estas pleamares
puntuales, y parece abrirse paso poco a poco una consideración más cautelosa de
los beneficios que son capaces de aportar una organización colectiva
permanente, una lucha continuada por las mejoras sociales, y una visión a largo
plazo como brújula para moverse en un itinerario reivindicativo enrevesado.
Del mismo modo que
la elaboración de normas de eficacia general es el ámbito de actuación natural
de los partidos políticos en una democracia representativa, la negociación colectiva lo es de los sindicatos. La
negociación colectiva no ofrece (salvo en circunstancias muy extremas) grandes
emociones ni momentos estelares, y su práctica resulta ardua: el conflicto y la
huelga, por justificados que estén, son tratados siempre como abusos inconstitucionales
desde un gobierno apalancado y unos medios de comunicación serviles.
Pero la negociación
que trata de avanzar a través del conflicto es una realidad que está ahí, en
condiciones para ser utilizada como una palanca de mejoras concretas por un
colectivo, el de los trabajadores y trabajadoras heterodirigidos, generador de una
riqueza que luego se reparte a sus espaldas y se distribuye con toda clase de
trampas y atendiendo a toda clase de privilegios para las elites extractivas.
Son temas sobre los
que nos han hablado esta mañana, en el Espai Assemblea de la CONC, dos “sospechosos
habituales” en el territorio de la izquierda, Antonio Baylos y Joan Herrera. No
detallo sus cualificaciones porque son de sobra conocidas. Estaban presentes en
el acto el actual secretario del sindicato catalán, Javier Pacheco, y su
antecesor Joan Carles Gallego.
La conferencia ha
sido instructiva, y el debate inusualmente rico. Sesiones así son útiles para la
cohesión y el rearme moral de la izquierda social, el cual es tal vez un requisito previo
e imprescindible para la resurrección práctica de la izquierda política hoy en hibernación.
La resurrección de
las izquierdas es posible, así se ha constatado esta mañana. Pero harán falta
esfuerzos coordinados, solidarios y precisos. Ni media tontería.