Dice la sabiduría
popular que si algo es blanco, líquido y en botella, hay grandes probabilidades
de que se trate de leche. La sabiduría de los Populares, en cambio, sostiene que
no. Su tesis es que un topo socialista infiltrado en la cocina se ha zampado
el jamón ibérico y ha falseado fraudulentamente todas las pruebas de su
existencia para sugerir que lo que había en la nevera era simplemente una
botella de leche.
Eso es más o menos
lo que ha salido en sustancia del conventículo del Partido Popular en un hotel de Sevilla.
Cristina Cifuentes hizo puntualmente el máster presencial en el que nadie la ha
visto, sacó varios sobresalientes anteriores a la fecha de su matriculación, redactó
la TFM que no consta en ningún lugar y ella misma es incapaz de encontrar, y
recibió por ella un Notable en la misma casilla en la que constaba un No
presentada. Todo el enredo posterior es culpa de un profesor socialista, que
tergiversó a gusto las pruebas documentales porque tenía acceso fraudulento a
las mismas. El PP solicita de la ciudadanía ayuda para revertir la horrible
trama montada contra Cifuentes. Entre la ciudadanía, el elemento dominante
parece ser la rechifla.
El máster de
Cifuentes no es un hecho aislado, sino una muestra más del pensamiento mágico y
conspiranoico en el que se mueve nuestro partido alfa como el pez en el agua. En
la disyuntiva de ajustar su práctica a la realidad, o bien ajustar la realidad
a su práctica, elige el segundo camino sin empacho. El único problema es luego
gastar la labia necesaria para explicar su actitud como un deber de patriotismo
acendrado.
Ahí incide en buena
parte el hábito prolongado de ser obedecidos sin rechistar, el ordeno
y mando, práctica heredada de viejos sistemas y viejas estructuras, en el que
se revela un fondo de taylorismo aplicado a la política. Recuerdan ustedes sin
duda a Frederick Winslow Taylor, el ingeniero que decretó que en el interior de
las fábricas, a la dirección le corresponde pensar y decidir por todos, y los obreros
y empleados subalternos han de obedecer a ciegas todas las indicaciones
recibidas de arriba, como requisito inexcusable para el mejor funcionamiento
del conjunto.
Pues algo así. El
pueblo debe ser inculto y crédulo, en el ordenamiento establecido desde las
premisas sugeridas por una gran banca que monopoliza el área de los negocios y
recibe el grueso de las ayudas públicas. Y el estamento superior de la
política, el de “los nuestros”, debe ser defendido a ultranza, como predica
María Dolores de Cospedal, que por algo es ministra de Defensa.
El esquema es
perfecto. Solo deja fuera un pequeño detalle: la realidad.
Nada de
importancia. Siempre es posible ocultar la realidad, o disfrazarla hasta
dejarla irreconocible mediante un aplicado ejercicio conspiranoico.