Entre los recuerdos
brumosos de mi infancia está la tarabita siguiente: “Yo tengo las llaves del
cielo, y puedo hacer todo lo que quiero.” Supongo que estaba relacionada con
algún juego, pero no lo sitúo, ni sé quién ni cómo podía agenciarse las llaves
en cuestión.
Lo que cuenta en
todo caso es la idea: el cielo como propiedad privada. Es la esencia de lo que
está ocurriendo hoy con un grupo de personas muy cualificado. De otro modo no
se entiende la pregunta retórica del señor presidente de la Diputación de León, dirigente
del PP, señor Juan Martínez Majo, sobre Cristina Cifuentes: «Vale, no tiene el
máster. ¿Cuál es el problema?»
Hombre, el problema
es en primer lugar que lo ha hecho constar como mérito. Que ha mentido en
público y desde su cargo oficial. Por esa bagatela hay gente que dimite, en
otros lugares. Suele considerarse, entre quienes no tienen llaves del cielo y
además consideran que tales llaves no deben existir porque el cielo es potencialmente
de todos y quien llega hasta allí lo hace impulsado por sus propios méritos acreditados y
no por derechos adquiridos de otra forma; suele considerarse, digo, que el
servidor público tiene deberes hacia sus representados, y el primero de todos
ellos es ser honesto y veraz. ¿Son antigüeces o mamandurrias? Lo son, sin duda,
para una reducida elite ─¿deberíamos llamarla "casta"?─ de la que forma parte el señor presidente de la
Diputación de León.
El cual ha añadido
que la cuestión del máster «no tiene nada que ver con la gestión política de la
Comunidad.» Ahí ha puesto el dedo en la llaga. Pero si vamos a ver que la
gestión política de la Comunidad incluye nombres como los de Ignacio González,
Francisco Granados y David Marjaliza, instituciones como el Canal de Isabel II
y entidades como Bankia, tal vez habría valido más al señor Majo no entrar en
tales vericuetos.
Otra declaración reciente
del caballero nos proporciona una vara de medir adecuada acerca de lo que él
considera «lamentable y bochornoso». Son los adjetivos que utilizó cuando
asistió a una sesión del Senado y comprobó que allí «cada uno habla el idioma
que le da la gana», por lo cual se quedó sin entender lo que se dijo en lenguas
cooficiales reconocidas por la Constitución española.
Volvemos con este
asunto al tema de las llaves del cielo, o más bien, en el caso concreto, de
España. Estarían celosamente guardadas, por lo visto, en un despacho oficial de
la Diputación de León. Las famosas siete llaves del sepulcro del Cid han ido a
aparecer justamente ahí. Enhorabuena a Juan Martínez Majo.
El cual añadió,
desolado: «Aunque no sé hasta cuándo se llamará España.»
Poco tiempo, me
atrevería a aventurar yo, mientras el país siga cerrado a cal y canto y las
llaves las retengan quienes presumen en estos momentos de llevarlas en los
bolsillos.
Lo de los bolsillos
no es metáfora, aclaro.