Se me ha muerto Paco Camarasa, el Virgilio que me
guiaba por los vericuetos del “Inferno” negrocriminal, y me ha dejado huérfano
y sin palabras.
Ha sido una muerte
anunciada, es cierto. Anunciada por él mismo, cuando le llegó el duro veredicto
de los doctores y primero se vio obligado a restringir la ubicuidad portentosa que
le permitía estar en cualquier foro donde se encendiera una candela literaria
con la que alumbrar la negrura criminal, además de organizar eventos multitudinarios
como BCNegra, y es solo un ejemplo. Luego empezó a espaciar los mails en los
que nos daba cuenta a los iniciados de las novedades aparecidas en los
distintos sellos editoriales; de las trampas con las que se ofertan productos publicitados
como “lo último de Fulanito” pero que son obras ya publicadas años atrás a las
que se cambian el título y la portada; y también, ay, de las sucesivas e
inevitables defecciones en nuestras nutridas filas, por causa de muerte. La
penúltima, la de Philip Kerr, casi un recién llegado al círculo de los leales.
Antes aún, apenas
en 2015 y no por problemas de salud sino por las estrecheces de la economía, se
había visto obligado a clausurar su guarida (y de Montse Clavé, “la librera”)
en el corazón de la Barceloneta. Tan bien publicitaban el género los dos
libreros, que los beneficios de su esforzada misión fueron a recalar en
plataformas de distribución mucho más poderosas, con puntos de venta en lugares
mucho más céntricos y espaciosos que el modesto local de la calle de la Sal.
También publicó Paco una guía del género, Sangre
en los estantes, ecléctica y casi completa, que ha entrado por derecho
propio en la categoría de los best-sellers.
A esto último voy a
referirme. El “género” no está incluido en el canon literario occidental (por
fortuna). Se lo considera un accesorio prescindible para la alta cultura, lo
cual sin duda es cierto en un momento en el que prácticamente todo es
prescindible, incluida la alta cultura. También hay autores empeñados en “romper
los moldes” del género con obras que no nos resultan del todo sorprendentes ni
originales por la razón de que el género no es así, porque carece de moldes
propiamente dichos. Y lo que gusta al lector no es el “género” por sí mismo, una
especie de fondo de armario indiferenciado, sino esta obra concreta, y no en
cambio la otra.
Podemos comprobarlo
fácilmente recorriendo las páginas de Sangre
en los estantes. Cada cual puede encontrar allí sugerencias y juicios ponderados,
pero ninguna jerarquía, ninguna sentencia tajante, ninguna imprescindibilidad
anunciada a son de clarines.
Es una disposición cordial
e inclusiva que apreciamos muy en particular quienes sentimos gusto por el
género. Quienes nos hemos sentido cómodos siguiendo las indicaciones discretas de Paco Camarasa a lo largo de tantos años.