Los chicos de ahora mismo en el PP (fuente, El País).
«Entiendo
la política como el respeto a los adversarios y la entrega a los compañeros.»
Tal ha sido la despedida en el Congreso de un líder político que no dejará
huella; tal ha sido su última posverdad, porque, en toda su trayectoria parabólica,
una constante ha sido la falta repetida al respeto a sus adversarios, y los
rifirrafes y las pequeñas emboscadas a sus compañeros. La última, tendente a
convertir a una colega trumpista en chivo expiatorio, le ha resultado mortal de
necesidad.
Una cosa es el relato y otra el tema de fondo,
sin embargo. Nos presentan la historia como un pulso entre Casado y Ayuso, con
el primero derrotado y la segunda vencedora. Pero más cierto es que los
derrotados son los dos. El Congreso extraordinario del PP cambiará el rumbo de colisión
que entre ambos venían marcando, y lo reconducirá hacia carriles más
congruentes con los objetivos de toda la vida de la gran derecha. Se impone la realpolitik, y es lo que va a
representar el no menos corrupto Feijoo en esta encrucijada. Mañueco habrá de
resituar sus ambiciones, Vox volverá (previsiblemente) a quedar confinada en su
territorio comanche, y el tema Ayuso se resolverá con discreción de curia
vaticana. Se encontrará una solución al desvarío, pero será a medio plazo y de
amagatotis. A MAR no le quedan más palomas por sacar de su galera de mago, y la
lideresa habrá de acostumbrarse a achantar la mú de cuando en cuando, como
solución más conveniente para que la Fiscalía no se acuerde de pronto de los
beneficios irregulares concedidos a su hermano.
El tema de fondo en este sainete no es la
corrupción; no lo ha sido nunca, todo ha venido a propósito de otra cosa. La
causa del desastre ha sido el anhelo monclovita aquí y ahora, a cualquier
precio, de unos políticos mal asentados y convencidos de que en una situación así
más valía salto de mata que ruegos de hombres buenos. Casado nunca ha intentado
leer correctamente el contexto; Ayuso, tampoco. Lo que les ha matado a los dos
no ha sido su rifirrafe ante las cámaras con todos los micrófonos abiertos;
sino precisamente el contexto.
Es decir, el poscovid, Ucrania, el Grupo
Popular europeo y sus advertencias repetidas, los ratings internacionales de calidad democrática, el abrazo
desesperado de la derecha corrupta a un Poder judicial caducado que está
asimismo en el columpio.
Y la necesidad imperiosa de un giro en la
economía apuntando a una mayor calidad, remuneración y humanización del trabajo,
a fin de conjugar progreso y bienestar. Algo que ha entendido una parte del
empresariado (otra no), y que no acaba de entender una parte del proletariado
que todo lo reduce a una cuestión de trincheras.
La situación no va a mejorar en lo sustancial
después del Congreso extraordinario del PP, mejor no hacerse ilusiones. Pero
entramos en una etapa distinta, y el Gobierno de progreso sigue en cabeza en la
regata, después de doblar una nueva boya. No todo está yendo a pedir de boca,
pero el único remedio posible es mantener el rumbo del balandro con una mano
firme, y tentarse la ropa con la otra, la que queda libre.