“Aqueste mar turbado, ¿quién le pondrá ya freno?” Recitado
en el escenario del colegio La Salle Maravillas de Madrid, hacia 1958.
Se cumple un aniversario más de la muerte de
Antonio Machado en Colliure. Morir fue, en su caso, únicamente un rito de paso
hacia la supervivencia en la memoria de la humanidad. De la humanidad
hispanoparlante, preciso, porque Machado no ocupa el lugar que merece entre los
lectores de poesía de otras lenguas. Toda la poesía se traduce mal, pero la
machadiana con mayor razón, porque carece de palabras en mayúscula, de ritmos
esdrújulos ni de significados explosivos. De énfasis, en una palabra. Decía don
Antonio que la buena poesía debe recitarse como el cuento de la buena pipa, a
coro infantil y con sonsonete. Hay muchos ejemplos de esa cualidad rara e
intraducible en sus libros. Pongo uno, porque fue el primer poema que me
aprendí de él: «Anoche cuando dormía». Cuando yo era un niño de pocos años y
temperamento inquieto, mi padre, al que gustaba remolonear los domingos en la
cama con un libro viejo en la mano, me obligaba a echarme a su lado (así no
hacía ruido ni rompía cosas), y me leía en voz alta piezas solicitadas de “Las mil mejores poesías de la lengua
castellana”, un volumen que sigue en mi biblioteca, ahora con la
encuadernación recompuesta. Lo preparó y seleccionó José Bergua, fue impreso en
“Sáez Hermanos” de Martín de los Heros 65, y no lleva fecha de edición aunque
puede dar una pista el hecho de que abarca composiciones entre 1135 y 1935.
Mi poesía favorita número uno de entonces, la primera
entre mis solicitadas para la mañana de los domingos, era “La canción del pirata”, de Espronceda, lo que ya dice algo del talante
tempestuoso de mi niñez heroica (“Veinte
presas hemos hecho a despecho del inglés, y han rendido sus pendones cien
naciones a mis pies.”) Mi padre logró poco a poco inculcarme, sin embargo,
el ideal clásico de sus dos favoritos, Machado y Fray Luis. Recité a Fray Luis (“En la Ascensión del Señor”) en mi
segunda aparición en un escenario de colegio, de lo cual dejo constancia
gráfica, y guardé eternamente un altar en mi memoria para don Antonio. Unos
versos suyos me hicieron enrojecer en la adolescencia: “… Nosotros exprimimos / la penumbra de un sueño en nuestro vaso, / y
algo que es tierra en nuestra carne siente / la humedad del jardín como un
halago.” Me sentí señalado con el dedo, si bien después leí a críticos como
Bousoño que daban al pasaje un significado metafísico. La metafísica queda bien
como tapadera.
El año pasado dediqué también a Machado mi
recuerdo en esta fecha, triste y solemne a un tiempo. Esta fue mi
conmemoración: http://vamosapuntoycontrapunto.blogspot.com/2021/02/el-sol-de-la-infancia-de-antonio-machado.html