A la espera de la siguiente reforma laboral, la buena de
verdad. (Bulevar Tsvetnoy, Moscú).
Un espontáneo de tantos como corren por las
redes critica a Yolanda Díaz, y por elevación a los sindicatos mayoritarios,
porque no se opusieron en su momento lo bastante a los tratados de Maastricht y de Lisboa, y ahora la situación se ha deteriorado tanto que ya no tiene remedio
posible.
El análisis es modélico en muchos aspectos, si
bien tiene un punto débil, a mi entender: omite el resultado de la batalla de
Cannas, origen como es bien sabido de tantos desastres como vinieron después,
incluida la Edad Media en bloque.
Hilando muy fino, surgen algunas otras cuestiones
dudosas: una es qué pintaban CCOO y UGT en la firma, o no firma, de los
tratados europeos; otra, que me parece de más sustancia, la razón por la cual
ya nada tiene remedio posible.
Algunos análisis sumarios de este tipo son
coartadas. El aquí expuesto se entiende mejor desde una formulación distinta: “yo
no voy a hacer nada, está claro, pero la culpa no es mía sino de vosotros, los
que hacéis cosas que no son suficientes”.
Vale en este punto la anécdota casi evangélica de
Julio Anguita, al que, camino de un acto de campaña, otro espontáneo, ya fuera fariseo
o levita, le gritó: “¡Más caña, Julio! ¡Dales más caña!” Y se volvió Julio al que
había hablado, y le preguntó: “Sí, pero tú ¿a quién votas?”
La cuestión planteada por Julio no es anecdótica.
Sabadell contaba en tiempos con tres mayorías absolutas: la de Felipe González
en las elecciones generales, la de Jordi Pujol en las autonómicas, y la de
Antoni Farrés en las municipales. Los tres respondían a tres opciones políticas
diferenciadas y confrontadas. El juego favorito de un sector de la ciudadanía parece
consistir en lo siguiente: yo cumplo azuzando desde mi red social favorita a la
izquierda para que presione más, mucho más, a la derecha a la que voy a votar
sin falta.
De esa manera, a muchos Jeremías les parece que
aportan una contribución suficiente al equilibrio general de la situación. Un
24% de los votantes de Vox se consideran a sí mismos liberales, según una
encuesta de ahora mismo; y el 10% de votantes del PP, se tienen por socialdemócratas.
Así, se comprende lo sucedido en el Congreso de los Diputados el otro día. Y aquí
ya no hablamos de la ciudadanía sino de sus representantes, que parecen dispuestos
a estar un día en una trinchera y el siguiente en la contraria, sin mayor
escrúpulo porque en uno y otro caso votan “en conciencia”, si bien su
conciencia lleva decenios sin pasar la ITV. Si de paso les caen unas perrillas
por tamayear, lo tienen por miel sobre hojuelas.
Deja de importar entonces el contenido concreto
de la reforma laboral. Lo que se vota deja de ser lo que se vota. Los críticos
por la izquierda sostienen que la nueva normativa es claramente insuficiente
porque no abarca todo lo que no abarca; y que favorece en todo a la patronal
(la cual se frota las manos, mientras se moviliza como en Lorca), como si esta reforma
fuera para nuestros empresarios maná del cielo en comparación con la de Rajoy
del año doce. Y por supuesto los sindicatos, que han estado en primera línea de
las movilizaciones y las protestas desde los tiempos en los que mandaba Franco aquel
hombre, hasta la rigurosa actualidad, son unos paniaguados, perezosos e
hipócritas, poco dispuestos a dar el callo por…, por…
Aquí se interrumpe el discurso de los
hipercríticos. Quererlo, lo querrían todo, pero no saben bien cómo formularlo. Para
abarcar su inmensa insatisfacción con algún sentido, sería necesario retroceder
hasta el tratado de Maastricht o hasta la batalla de Calatañazor, donde Almanzor
perdió su atambor.