lunes, 14 de febrero de 2022

BEBER VENENO POR LICOR SUAVE

 


Desvestir a un santo para vestir a otro. (Preciosa fotografía de África Bovaira Broch, que comparto de FB).

 

Hoy coinciden el día de los enamorados y el setenta aniversario de mi primo Javier, que vive en León. Le he deseado un feliz día, de todo corazón, aunque muy feliz no podrá serlo, si atendemos al resultado de las elecciones de ayer.

Las elecciones han cumplido con su vieja función de fijar la instantánea rigurosa de una sociedad, mientras los distintos grupos se sienten insatisfechos de su propia imagen reflejada en cifras y porcentajes. Como ocurre con el amor patrocinado comercialmente por San Valentín, las expectativas de los amantes son siempre desmesuradas, y en cambio los resultados se ajustan en cada caso de forma implacable a los límites de la realidad; bien sea por las intermitencias del corazón de las que escribía Proust, o bien, más simplemente, por los límites de la capacidad financiera en la tarea de expresar el cariño.

Estar enamorado es siempre un despropósito, como han explicado muy bien Lope de Vega primero (en el soneto “Varios efectos del amor”), y Stendhal después (De l’amour). Si consentimos alegremente en ese despropósito y lo desarrollamos, de forma a veces casi infinita, es porque nuestra naturaleza es paradójica: somos muy capaces de hurtar el rostro al claro desengaño, beber veneno por licor suave, olvidar el provecho y amar el daño. Tal como lo expresó Lope en su milagroso soneto.

No sé la ilusión que han puesto castellanos y leoneses en los comicios autonómicos. Una sensación extendida en la región es que tal vez sería preferible suprimir una autonomía que ha degenerado en una sirena varada, capaz sin embargo de seguir emitiendo cantos engañosos.

La participación ha descendido, aunque no mucho. Se ha votado de espaldas a Europa, con alergia a los cambios, desde el recelo, y con la profilaxis de una triple vacuna y mascarilla. Nada de alegrías. Quienes han confiado en Vox ─la única opción en claro ascenso─ no lo han hecho tal vez por Vox mismo, sino por nostalgia de épocas pretéritas en las que la región parecía tener perspectivas más prometedoras de progreso, aunque luego los distintos territorios se han ido despoblando, desmontando, empobreciendo tanto en medios financieros como en tecnología y servicios de todo tipo. Valladolid ha ejercido de aspiradora del resto de las provincias, al modo como Madrid ha aplicado su capitalidad a la extracción de rentas ajenas.

Todo seguirá siendo así, y volverán las oscuras macrogranjas, pese a la emergencia mínima de opciones provincialistas, que ni siquiera se han unido en una plataforma común sino que han acudido desperdigadas, sin más reivindicación que el redoblar de su campanario.

El resultado responde a un eco lúgubre de responsos en la España vaciada: el eco de la desesperanza de quienes han oído ya demasiados discursos y saben al dedillo que una cosa es predicar, y otra dar trigo.

Una gran ocasión perdida que lamentar. Peor, otro pasito en la resistible ascensión de un esperpento con cuyas amenazas no caben componendas. Hay quien está bebiendo veneno convencido de que se trata de un licor suave.