Alberto Casero, la “mano inocente” que decantó el destino
parlamentario de la reforma laboral.
“Pour
un oui, pour un non se battre,
ou
faire un vers.
E.
ROSTAND, “Cyrano de Bergerac”
De siempre hemos sabido que la naturaleza imita
al arte. Por eso no es de extrañar que los sucesos de ayer en el Congreso
reflejaran de forma exacta y sintética algo que William Shakespeare escribió
hace varios siglos. Fue Macbeth, acorralado en su fortaleza de Dunsinane por un
bosque en movimiento debido al conjuro de un Aquelarre de brujas, quien
constató que la vida es un cuento contado por un idiota: “it is a tale told by an idiot”. La vida está llena de ruido y de
furia, precisa Macbeth, pero no tiene sentido.
Tolkien puso en escena, en el segundo libro de El señor de los anillos, un bosque cuyos
componentes, los “ents”, asaltan la torre blanca de Sarumán, el mago traidor aliado
de Sauron. Fue un homenaje expreso a Shakespeare, una cita literaria
incorporada a un texto nuevo. William Faulkner llevó la misma cita mucho más
lejos, al dar la palabra en varias de sus narraciones a idiotas que explican desde
su entendimiento averiado las causas y concausas de una vida marcada a fuego
por el absurdo. Faulkner remató ese esfuerzo literario, de una gran envergadura,
al llevar la cita de Macbeth al título de una de sus obras más emblemáticas, “El ruido y la furia”.
Por su parte, la derecha patria está sacando a
relucir “ruido y furia” en el intento de rebobinar un relato bien urdido, que
ha desbaratado para ellos el gesto torpe de un chapucero. Alberto Casero se
echó las manos a la cabeza al darse cuenta de la gaffe que había cometido, y corrió a ponerse a disposición de sus
colegas de botellón: «La que he liado», dijo compungido al presentarse en el
Congreso. Casero es ex alcalde de Trujillo, diputado del PP por Cáceres y,
según cuentan, “mano derecha” de Teodoro García Egea (¿cómo será entonces la
mano izquierda del inefable número dos del PP?, tenemos la tentación de
preguntarnos).
Casero se equivocó cuatro veces de seis, al
pulsar el botón telemático de las votaciones del Congreso desde su casa de
Madrid. No había ido al Congreso porque “no se encontraba bien”. Las demás
equivocaciones no tuvieron mayor significado, pero una de ellas supuso el
espaldarazo a la convalidación de la reforma laboral presentada al hemiciclo
por la ministra de Trabajo y vicepresidenta tercera del Gobierno, Yolanda Díaz,
zafándola de la trampa tamayesca urdida por el tándem Casado-Egea.
En un lance tan chusco no han comparecido ni la
justicia divina ni la justicia poética, en mi opinión. Ni los dioses ni las
musas se dedican a remediar las triquiñuelas de baja estofa de los humanos.
Ha sido solo, tal vez, la conjugación, preconizada
por Jacques Monod, de un azar con una necesidad. Cabe verla como un remedio puntual
y absurdo a un sinsentido más amplio y también más absurdo todavía, el de unos
sectores sedicentemente progresistas que insisten en que esta ha sido una
reforma a medida de la patronal con la colaboración de la bajada de pantalones
de los sindicatos democráticos de trabajadores.
Pero de un modo u otro, el largo y paciente esfuerzo
colectivo para concertar las expectativas y las necesidades de las partes
sociales en unos momentos particularmente críticos, no supone el fin de esta
historia. Solo pasa que no ha habido portazo a la reforma. La puerta se
mantiene abierta, ahora hay que avanzar por el otro lado, “sin miedo de lo
nuevo”.