Bombas sobre Kíev. NO a la guerra, SÍ sin reservas a la
paz. (Imagen compartida del muro de Jordi Pedret Grenzner)
Ayer coincidieron en el calendario el 23-F y el
18-B. Una coincidencia fatídica para los cambios de ciclo, como sabemos desde
la antigüedad; los idus de marzo de los que Julio César había de guardarse
fueron a caer, inevitablemente, en la misma fecha más o menos y a ojo de buen
cubero. Tenemos así en nómina para la efemérides del día a dos Napoleones (uno
auténtico y el otro espurio), un teniente coronel de la Guardia Civil, un alegre tarambana
del barrio de los Populares, y un autócrata oriental con hormigueo en el dedo de
disparar misiles.
No hablaré de ninguno de ellos; voces más
autorizadas que la mía lo han hecho, y seguirán haciéndolo a satisfacción plena
de la verdad y sus circunstancias.
Voy a limitarme a recordar otro hecho que, si
bien ocurrió en el mes de setiembre, es enteramente atribuible al fario del
18-B. Me refiero a lo que le ocurrió al rey de León Vermudo III, veinte añicos
tan solo y un indomable corazón de león, cuando invadió tierras de Castilla con
la idea de anexionarlas a su real patrimonio.
La hueste leonesa cruzó la frontera del
Pisuerga y encontró a los castellanos en orden de batalla al otro lado del
arroyo Tamarón. Desenvainó Vermudo la espada, alzóla en alto, dedicó una breve
arenga a sus barones, y arrancó al galope contra el enemigo.
No le siguió nadie. Los barones leoneses
alegaron después que el caballo del rey, de nombre “Pelayuelo”, corría
demasiado por aquellos vericuetos y no había modo de seguirlo. Vermudo,
seguramente debido a defectos de visibilidad de aquellos complicados cascos
protectores, no se dio cuenta de que iba en soledad hasta el estertor postrero.
Se contaron en su cadáver hasta dieciséis
lanzadas castellanas. Cambió el ciclo, y el condado de Castilla fue afianzando
sus fronteras. A modo de consuelo póstumo, Vermudo fue enterrado con tanta solemnidad
y boato que a día de hoy se conservan dos sepulcros suyos, dos: uno en San
Isidoro de León y el otro en la colegiata de Santa María la Real de Nájera.
No me atrevo a extraer una moraleja de la
historia. Pero deseo a todos mis amigos/as, conocidos/as y saludados/as que no
les toque nunca un 18 Brumario por padecer. No está el horno para bollos.
Panteón de los Reyes en San Isidoro de León.