Ilustración de las palabras puestas por Lucas en boca de
Jesús (fuente, Infovaticana).
El papa Ratzinger ha expresado su “profunda
vergüenza” por su propia actitud pasada de tolerancia hacia la pedofilia de los
eclesiásticos; si bien, ha venido a matizar, Dios es el único que puede
juzgarle. Más o menos lo mismo argumenta la Conferencia episcopal española, que
de momento ha aplazado su respuesta a la petición gubernamental de colaborar en
la investigación de los casos ─no pocos─ que hasta ahora han salido a la luz y
han sido denunciados ante la justicia humana.
La justicia humana tiende a considerar prescritas
las responsabilidades pasado determinado número de años. La norma destila el disgusto
a hurgar en temas escabrosos, y cierta benevolencia con los “pecadillos” de estamentos
considerados indispensables para el buen manejo del rebaño. Qué se le va a
hacer.
Respecto de la justicia divina, la duda
principal es si tal cosa existe, o no. Pero en el supuesto de que exista, deja
poco lugar a dudas. Queda escrito en los Evangelios (palabra de Dios) que a quien
practicare semejantes juegos prohibidos con los pequeñuelos, más le vale que le
aten al cuello una rueda de molino y lo tiren al mar (Lucas 17, 1-6).
La rueda de molino y el mar son elementos terrenales, que no cabe entender como metáfora de algo que se decidirá en otro mundo a la consumación de los siglos. Lo que Dios reclama por boca de Jesús es un castigo de orden práctico, inmediato y terrible.
Dada dicha jurisprudencia autorizada e indiscutida, no se entiende por qué no se remiten
Ratzinger y los obispos españoles al cumplimiento a rajatabla de lo que se desprende de tan severa advertencia,
como no sea que en el fondo no creen en Dios, y sí en las pompas de su
organización; algo que los laicos venimos sospechamos ya desde hace siglos. La
insistencia secular en la práctica de la pederastia, y la impunidad, también secular y casi
perfecta, que la acompaña, abonan nuestra sospecha.