Carmen y yo en Olimpia, verano de 2010. Había muchas ruinas
y columnas caídas, pero no por culpa nuestra.
“Silverview”
no es la “gran” novela póstuma de John Le Carré; tampoco “el
secreto mejor guardado del maestro de los espías”, como se afirma en la banda
del libro. Me habría gustado que Editorial Planeta se esmerara menos en el
bombo comercial y más en los aspectos llamémosles tradicionales del arte de la
edición: la traducción de Ramón Buenaventura es mediocre (y mal pagada, o no
conozco el paño), las erratas salpican el texto, y la guinda del pavo es, en el
Epílogo de Nick Cornwell, la mención de “la” Karla, como si el espía ruso hubiese
sido una mujer.
El “maestro de los espías” tuvo guardado su
manuscrito en un cajón porque algo en él no le acababa de convencer.
Finalmente, su hijo dio el texto a la imprenta. Hizo bien, “Silverview” no es el mejor Le Carré, pero es puro Le Carré. Hay
una filtración en una red, un espía huidizo, un tremendo esfuerzo de fontanería,
y quien se hace cargo de recoger todos los hilos sueltos es en la vida privada,
como lo era Smiley, como todos los maestros de espías de Le Carré, un cornudo.
También se describe a un figurón situado al frente de las operaciones, cuya obsesión
es minimizar los daños a costa de lo que sea (incluidos más daños). El nudo de
la cuestión, sobre todo, como en todas las aventuras a las que nos convoca Le
Carré, está en un conflicto insalvable de lealtades. El Servicio es algo
omnipresente, y cuando sus leales servidores han dado al césar lo que es del
césar, todo lo que les resta para ellos es humo y cenizas.
La novela ofrece además algunas perspectivas interesantes
acerca de cómo ocurren en realidad las cosas en el mundo turbio de la política
internacional. La tesis del autor es que lo que se ve en la línea de las
candilejas son títeres de cachiporra, movidos por hilos parcialmente invisibles
para el espectador distraído, pero identificables con facilidad si se hace un
mínimo esfuerzo de indagación. La verdadera historia, su sustancia oscura, se
trama en los cuartos traseros, y sus razones últimas son inconfesables.
─¿Y
cuál dirías tú, Stewart, en general, por ejemplo, que es el tono de las muchas
colaboraciones anónimas de Florian en esas publicaciones?
─pregunta el figurón Quentin Battenby, «con
su voz más especulativa, menos comprometida».
Y la respuesta está «en la línea de lo que cabía esperar, subjefe. El empeño de Estados
Unidos por manejar Oriente Medio a toda costa. La costumbre de lanzar una nueva
guerra cada vez que se ven obligados a afrontar los efectos de la que lanzaron
antes. La OTAN, una reliquia de la guerra fría, que hace más daño que otra
cosa. Y el Reino Unido, pobre, sin dientes, sin liderazgo, siguiéndoles a
rastras, porque sigue soñando con su propia grandeza…»
Quizás aquí se localiza el punto débil de la
novela, el que no convencía del todo a su autor; porque la confesión de un
espía debía dar de sí algo más que lo que muchos andamos repitiendo en todos
los tonos. En el fondo, Stewart Proctor está magnificando la trascendencia de
un asunto “de andar por casa”: «Al propio
Proctor le chocaba la naturaleza de andar por casa de estos intercambios, dada
la enorme dimensión de lo que estaba por resolver, pero llevaba el tiempo
suficiente de trabajo para saber que los acontecimientos trascendentales
tienden a comportarse de forma inadecuada en los pequeños escenarios.»
Algo parecido puede estar ocurriendo en estos
momentos en el teatrillo español. El detonante no habrían sido los palestinos
ni los comunistas, y cavilo que tampoco ha sido de mucha sustancia en los
cuartos traseros de Occidente el resultado de Vox en CyL; pero existe un
desasosiego enorme en el flanco Este de la Unión, que posiblemente coincide con
el frente principal de la OTAN, ese “juguete roto”, ese tigre de papel. La
ministra Robles ha enviado con notable diligencia tropas y aviones de combate
al escenario requerido. A ustedes les cae mal Margarita y a mí no me cae bien,
pero cuidémonos mucho de decir que es ineficiente o inescrupulosa. Algo del
crédito que tiene el Gobierno Sánchez en el mundo se debe a su manera de
guardar lealtad al Servicio al que se refiere Le Carré.
Todo lo contrario han estado haciendo los
Keystone Cops del Partido Popular, después de ganar y no ganar la reforma
laboral y la mayoría absoluta de CyL. Todo son zascandileos y órdenes
contradictorias, cada una de las cuales atropella a la anterior. Ahí tienen en nuestro
teatrillo de los títeres de cachiporra a Cascado, Teodorico, Ansar, Almedilla, Carroñero
y Díaz Iluso, atizándose a gusto unos a otros. Barrunto que les ha llegado un
mensaje desde las galaxias lejanas con el recado de que Vox no es un
ingrediente grato en el puchero, dadas sus concomitancias con Orbán, Morawiecki,
y peor aún, Putin y tal vez Xi. Lanzados como andaban a tumba abierta nuestros
próceres de la gran derecha en busca de la poción mágica de la invencibilidad,
la necesidad de dar bruscamente media vuelta, ar, en orden cerrado, ha
provocado un barullo considerable, y todos se tropiezan con todos.
Después de la polvareda podremos mirar más de
cerca y saber quién ha desaparecido. Hasta entonces, mejor haiga paz,
compañeras y compañeros del PP.
Imagen clásica de los Keystone Cops en acción (fuente,
Getty Images)