martes, 15 de febrero de 2022

HECHA LA LEY, HECHA LA TRAMPA

 


Playa de Poldemarx, en invierno.

 

El dicho expresado en el título vale para cualquier ley, pero me estoy refiriendo en concreto a la ley electoral española. Se supone que esa ley se hizo como se hizo para ser congruente con la estructuración del Estado en autonomías de muy distinta demografía y peso en el conjunto. Y sin embargo, la circunscripción elegida es en todos los casos la provincia, una entidad que no tiene casi ningún peso político, en lugar de la autonomía, la articulación decisiva.

El punto importa poco en las autonomías uniprovinciales (aunque en ellas se da otro detalle insidioso al que me referiré luego), pero resulta demoledor en autonomías con distintos territorios muy desiguales en población, en grado de urbanización y en equipamientos de todo tipo. En esos contextos, los más están menos representados, cosa que no sería mala en sí, en la medida en que supusiera un deseo de reequilibrio.

Pero no están “un poco” menos representados. En las autonómicas del pasado día 13 en CyL, a “Soria Ya” le bastaron 6.100 votos para elegir un procurador (eligió tres), mientras UP necesitó 61.000 para el único que obtuvo; diez a uno de diferencia, algo aberrante en democracia, y sin embargo, algo dispuesto en una norma democrática.

En Cataluña, el peso demográfico de Barcelona provoca la misma perversión, que ahora hace alardear a los procesistas de contar con un 52% de consenso, que no es de votos (apenas rebasan el 20%, una de cada cinco personas con derecho a voto), sino de representantes elegidos.

Bastaría para remediar un desfase tan grande plantear el cómputo de las elecciones sobre la base de una circunscripción catalana única. Está bien dar un plus, un poco de peixet a las realidades rurales más desfavorecidas, pero eso podría hacerse mejor dentro de cada candidatura, adecuando las listas cerradas para la representación cuidadosa de los diferentes territorios y sectores de actividad, como siempre se hizo en el PSUC cuando el PSUC tenía una gran base representativa. Entonces los elegidos iban al Parlament dispuestos a trabajar con entusiasmo y ahínco por la causa común; no estaban bien vistos los postureos ni los alardes de bravura.

La segunda cuestión a tener en cuenta para una muy deseable reforma de la ley electoral, es la solución a dar para los representantes que se salen de su lista. Hasta ahora se van de rositas al Grupo Mixto, y no entregan el acta ni con trato de cuerda. La representación colectiva prevista inicialmente para el Parlamento soberano, se ha convertido en un “modus vivendi”, y cada cual arrima el ascua a su sardina sin disimulo. Ahí están los dos delincuentes de la UPN en la votación de la reforma laboral. Alberto Casero les ha eclipsado, pero lo suyo fue solo una equivocación; ellos lo hicieron aposta.

Añadamos a los otros “tamayitos” de Murcia y de Madrid, y figurémonos lo que puede venir detrás, ahora que la práctica de votar “en conciencia”, en contra de la representación que se ostenta, ha sido puesta a prueba con reiteración, y bendecida por todas las autoridades, así políticas como judiciales.

Estamos en la misma tesitura del tenista Djokovic, que no quería vacunarse, pero sí participar en un torneo que exigía vacunación a los competidores. Los nuevos procuradores o diputados quieren, ahora que los votantes han elegido a su lista, comportarse en cada caso según les indique la cruz de los pantalones o de los panties, y de paso seguir manteniendo de forma indefinida la ficción de que representan fielmente a una porción de la ciudadanía. Leo en Público que el éxito de “Soria Ya” ha despertado entusiasmo en las provincias atrasadas de Andalucía, de lo que cabe deducir que la fragmentación del electorado en distintas candidaturas de circunscripción irá en aumento en todas partes. Pero no es imposible, vistos los antecedentes, que toda esa nueva floración se desentienda olímpicamente de los representados por plataformas y mareas así de vistosas, para centrarse en el beneficio particular y exclusivo de los representantes, algunos de los cuales estarán desde el principio al acecho de una votación comprometida sobre lo que sea, que les permita ganarse unos miles de euros extra cambiando la casaca en el momento justo.

Con esto no quiero decir que la ley sea perversa en sí misma. Lo perverso es el modo de utilizar las instituciones, desviándolas a conciencia de sus objetivos iniciales.

Dicho de una forma más a la pata la llana, «hecha la ley, hecha la trampa».