sábado, 12 de febrero de 2022

FIN DE CAMPAÑA


 

La fortaleza de los privilegiados incólume, por encima del río movedizo. (Castillo de Mequinenza, foto compartida de FB, muro de Blanca Vilà.)

 

Los festejos de fin de campaña electoral en Castilla y León han sido el no va más: se han sacrificado 130.000 pollos de esas granjas intensivas tan amadas por Pablo Casado, debido a un brote de gripe aviar. El Gran Timonel de la derecha chiripitifláutica ha insinuado de forma indirecta y alambicada que esa “dinamita pa los pollos” ha sido cosa de ETA. Es decir, ha pedido el voto al PP para que no gobierne Bildu, como si la carnicería aviar hubiera ocurrido en Getxo, y no en Valladolid; como si Bildu compitiera en CyL.

Sí compite, de alguna forma. Los populares intentan convertir los comicios autonómicos en un referéndum popular sobre el gobierno: “Sánchez Sí, Sánchez No”. Es el terreno que les resulta más favorable, la forma consabida de “exportar” las responsabilidades de los gobernantes en ejercicio desde hace 35 años hacia realidades diferentes y más etéreas: el perfume de las esencias patrias y el sepulcro del Cid. En definitiva, Casado acumula disparate sobre disparate, y practica una política de resistencia numantina financiada en “b”, en virtud de la cual proliferan los “tamayitos” y reaparecen en sede parlamentaria determinados lavatorios de manos, pongamos que hablo de la abstención del PSOE andaluz en la rapiña de los acuíferos protegidos de Doñana.

He hablado de “resistencia numantina” de la derecha, y añado que se trata de una resistencia sistémica, porque va dirigida a conservar privilegios y posiciones de poder que hoy no tienen sentido, si es que lo tuvieron alguna vez. Se resiste y se delinque, eso sí, mediante pagos en contante, distribuidos entre quien haga falta. Hay aquí una forma de colaboración público-privada, un intercambio de favores acompañado por una de las partes de un desembolso a cuenta de futuros beneficios. La nueva subida del SMI o el ajuste de las pensiones al coste de la vida deberían, según esta lógica, esperar a que sobrara alguna calderilla en algún recoveco de unos presupuestos manejados con mentalidad faraónica. En última instancia se trata de mantener férreamente las desigualdades. El castillo de la ilustración le dice al río: “Tus prioridades nunca podrán competir con las mías”.

En la penumbra de este cambio de época, surgen una y otra vez los monstruos. Ayuso niega al Consejo de Transparencia de la Comunidad de Madrid las actas de 21 reuniones de emergencia durante la primera ola del covid, cuando se decidió no atender a los enfermos de las residencias y abandonarles a su suerte. Fue un delito gravísimo. Como lo es seguir explotando los acuíferos del Mar Menor murciano y de Doñana, patrimonio público, para el beneficio privado de unos empresarios agrícolas. Como lo es defender la ganadería intensiva a todo trance, negando perjuicios sanitarios y medioambientales más que demostrados.

Wolfgang Streeck ha llamado “comprar tiempo” a esa actitud. Se sabe que a la larga la posición de privilegio y prepotencia que se ocupa será insostenible, pero se sigue tirando del hilo mientras el balance entre valor y precio se mantenga en números positivos para los compradores de tiempo, y mientras haya políticos venales que acepten el cash correspondiente alargando la mano con disimulo en la zona de sombra, mientras mantienen fija la sonrisa delante de los focos.